Volar como las águilas
Autor: Padre Francisco Fernández Carvajal
El Señor sacia de bienes tus deseos,
renueva tu juventud como la del águila(Sal 102)
El verano pasado pude observar cómo un águila de gran envergadura se elevaba sobre las cumbres del Pirineo. A todos los que estábamos allí nos impresionó la majestad y la aparente facilidad de su vuelo. En pocos instantes estaba arriba, en las alturas.
También nosotros hemos sido llamados «a volar muy alto», como las águilas, con la juventud que da el amor. Por eso, hemos de estar prevenidos para que no nos suceda lo del cuento peruano.
Un granjero subió a una montaña y bajó con un huevo de un nido de águilas. Lo puso entre los huevos que incubaba una gallina y, al tiempo que los otros pollitos, nació el pollo de águila. Este aprendió las costumbres de sus compañeros. Andaba por el corral comiendo gusanitos y alguna vez se lanzaba desde un elevado madero hacia el suelo, gritando desaforadamente, como hacían las gallinas.
Cierto día vio en el suelo la silueta de un ave que volaba muy alto. «¿Quién es?», preguntó. Y la gallina que tenía al lado le dijo: «Es un águila, que vuela majestuosamente, sin apenas hacer esfuerzo. Pero no la mires más, no la mires, porque nuestra vida no es como la de ella, sino aquí en el corral»1.
El cuento termina diciendo que aquella águila nunca supo su condición y vivió hasta su muerte como una gallina de corral. Pero también podemos darle otro final: un día, el águila de alguna manera se dio cuenta de sus posibilidades y, después de intentarlo muchas veces, por fin, una tarde, que no olvidaría nunca, logró levantar el vuelo y pudo contemplar otro universo bajo sus alas. Cada vez lo hizo con más seguridad. Llegó un momento en que se dio cuenta de algo muy importante: volar era algo natural en ella. Había nacido para estar en las alturas y no en el gallinero.
Aunque a veces se acordaba, nunca echó de menos el corral. Se alegró inmensamente de no tener que pasar la vida en aquel estrecho recinto «comiendo gusanitos», sino arriba, volando muy alto, por encima de las cumbres.
Nosotros tampoco estamos hechos para el corral, buscando todo el día bichitos para comer, sino para volar en el cielo del amor de Dios. Todos hemos sido llamados a esas alturas. El Señor quiere ensanchar nuestro corazón para que sigamos ideales grandes, y parece como si nos dijera al oído: «no vueles como un ave de corral, cuando puedes subir como las águilas»2. Todos podemos estar arriba, en la amistad con Dios, con la ayuda de la gracia.
San Pablo enseña una verdad fundamental: Hemos sido elegidos por Dios, antes de la constitución del mundo, para ser santos (Ef 1), para tener una honda amistad con Jesucristo, que se refleje en los asuntos normales de todos los días. Cada uno puede decir: Dios ha pensado en mí, he sido objeto de una elección divina, desde la eternidad.
El Señor llama a todas las almas a volar alto, a cada una en su condición, en sus circunstancias peculiares. No aspirar a esa unión con Dios sería, en palabras de la Santa de Ávila, ir a ras de tierra, contentarse «con cazar lagartijas», con un ideal de pocos vuelos: poca vida de oración; escasa o nula influencia cristiana en la familia, en el trabajo... «Hay muchas almas que se quedan en la ronda del castillo... y no les importa entrar dentro, ni saben qué hay en aquel tan precioso lugar, ni quién está dentro»3. Son almas que han pactado con la mediocridad y la tibieza.
Por el contrario, el Señor nos «llama a una vida cristiana, a una vida de santidad, a una vida de elección, a una vida eterna»4. Dios nos ha hecho de tal forma que, siempre y en todo lugar, el deseo profundo de nuestro espíritu y de nuestro corazón tienda al infinito, a lo eterno, y no encuentre sosiego más que en Él5. Nuestro espíritu reclama un saber sin límites, nuestro corazón exige Alguien que le pueda saciar para siempre y le haga eternamente feliz: nuestros goces terrenos lícitos aspiran a desembocar en una dicha sin fin. Lo que hay de más noble en el hombre tiende a amplitudes y profundidades infinitas: en último término, a la coposesión de la vida divina. Y esto en todas las almas. Dios nos llama a todos a «volar alto».
Santa Teresa de Jesús, después de señalar que la santidad se fundamenta en la ayuda divina, avisa de la posible tentación que pueden experimentar las almas y el daño que pueden sufrir ante una falsa humildad. El demonio intenta presentar «como soberbia el tener grandes deseos de querer imitar a los santos y a los mártires. Después, nos quiere hacer entender que las cosas de los santos son para admirar, y no para imitar los que nos sentimos pecadores»6. Esa falsa humildad, la mediocridad espiritual aceptada, nos llevaría a volar bajo como gallinas de corral, a la tibieza, el gran enemigo de la vida espiritual.
Jesús, ayúdanos a remontar el vuelo, a subir a las alturas de tu Amor, a no ser conformistas, a que no nos asuste la palabra santidad.