Vivir como Dios manda

Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD   

 

 

Cuenta David Fischmanl que un padre, queriendo mostrar a su hijo la pobreza, lo llevó a la casa de una familia campesina. Al regresar le preguntó al niño: “¿Qué te pareció la pobreza?”. El niño respondió: “¿De qué pobreza hablas? Ellos tienen cuatro perros y yo tengo uno. Nuestra piscina llega sólo hasta la mitad del jardín; en cambio, ellos tienen un riachuelo que nunca termina. Nosotros tenemos lámparas importadas, ellos tienen estrellas. Nuestro patio llega hasta la pared del vecino, el de ellos termina en el horizonte. Ellos tienen tiempo para sentarse a conversar juntos; en cambio, tú y mamá tenéis que trabajar todo el tiempo y nunca os veo”. El hijo finalmente añadió: “Gracias, papá, por mostrarme tanta riqueza”.

            La verdadera riqueza la encontramos cuando somos felices y sabemos disfrutar con lo que somos y tenemos. Muchas veces se pretende conseguir la felicidad a base de una carrera de ascensos, de un excesivo trabajo para acumular dinero, de obtener títulos para ser respetado. No se vive el presente por enfocar todas las energías hacia un futuro de ensueños que nunca llega.

El ser humano ha nacido para vivir eternamente, pero se constata, por desgracia, que a muchos la vida se les va como en un suspiro. La vida y la muerte son eternas compañeras; aprendemos a vivir y a morir un poco desde el día que nacemos.

            La persona puede vegetar o vivir. Decimos que vegetamos cuando solamente nos preocupamos de comer, trabajar, dormir... El ser humano es algo más: tiene entendimiento, puede pensar y, sobre todo, puede hacer el bien, amar.

A cualquier edad se puede aprender a vivir con otra mirada, con otros valores. Para ello, antes de nada, es necesario ser conscientes de la realidad que se vive.

            Es urgente que los padres enseñen a los hijos que la vida es algo más que el aire que respiramos, que la sangre que late en nuestro cuerpo. El niño necesita encontrar la vida plena, la verdadera, abrir su mente y su corazón al Dios de la vida para convivir en armonía con la naturaleza, las cosas y las personas. Por desgracia no son muchos los maestros que enseñan a vivir bien.

            Las personas, por otra parte, acumulan recuerdos, sentimientos, estados de ánimo, temores, rencores, formas de convivencia agresivas que entorpecen la comunión y la participación comunitaria.

            Hemos de aprender a vivir. Lo cotidiano es el escenario obligado. Para ello es importante saber manejar las emociones agradables o desagradables, disminuyendo éstas y aumentando las otras. El resultado será la paz, la alegría, la serenidad, la jovialidad.

            “El Reino de Dios está dentro de vosotros” (Lc 17,21), al alcance de cada uno. Es el tesoro escondido, la fuente de la felicidad.