Vino a su casa

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Vino a su casa y los suyos no le recibieron. 
Todas las cosas han venido a la existencia gracias a Él.
Nada sin Él.
Ni tú, ni yo, ni los otros, ningún hombre.
Ni una hoja, ni una flor. 
Nada sin Él, porque en Él está la Vida
y la vida es el aire que respiramos,
el sol que nos ilumina.
La vida es la fuerza que llevamos dentro
y que nos empuja a caminar. 

Vino a su casa
porque en Él el mundo palpita,
pero el mundo no le ha conocido.
El mundo sólo conoce aquello que es suyo, y él no es del mundo sino que es en el mundo.
Y el mundo no lo ha conocido. 

Vino a su casa
y, aunque los suyos no lo han acogido, él se ha quedado.
Ha puesto entre nosotros su Tabernáculo
y de su plenitud, todos nosotros hemos recibido
gracia sobre gracia. 

Él viene, viene cada día, y nosotros no le acogemos.
Está en medio nuestro y no lo reconocemos,
nos habla y no le entendemos.
Nuestro corazón está ofuscado,
nuestro entendimiento bloqueado y ciegos nuestros ojos.
Y no lo vemos ni lo sentimos. 

Ni la carne, ni la sangre, nos dan el ser Hijos de Dios,
sino el hacer su voluntad.