Vida valiosa
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Era una ostra marina. No era un caracol. Marina era un bicho de profundidad y
como todas las de su raza, había buscado la roca del fondo para agarrarse
firmemente a ella.
Una vez que lo consiguió, creyó haber dado en el destino claro que le permitiría
vivir sin contratiempos su ser de ostra.
Pero el Señor había puesto su mirada en Marina. Y todo lo que en su vida
sucedería, tendría como gran responsable al mismo Señor Dios. Porque el Señor
Dios en su misterioso plan para ella, había decidido que Marina fuera valiosa.
Ella simplemente había deseado ser feliz.
Y un día el Señor Dios colocó a Marina su granito de arena. Literalmente, un
granito de arena. Fue durante una tormenta de profundidad; de esas que casi no
provocan oleaje de superficie, pero que remueven el fondo de los océanos.
Cuando el granito de arena entró en su existencia, Marina cerró violentamente.
Así lo hacía siempre que algo entraba en su vida, porque es la manera de
alimentarse que tienen las ostras; todo lo que entra en su vida es atrapado, es
integrado y asimilado. Si esto no es posible, se expulsa el objeto extraño
hacia el exterior.
Pero con el granito de arena, la ostra marina no pudo hacer lo de siempre.
Pronto constató que aquello era sumamente doloroso. La hería por dentro. Lejos
de desintegrarse, mas bien la lastimaba. Quiso entonces expulsar ese cuerpo
extraño, pero no pudo.
Ahí comenzó el drama de Marina. Lo que Dios le había mandado pertenecía a
aquellas realidades que no se dejan integrar, y que tampoco se pueden suprimir.
El granito de arena era indigestible e inexpulsable. Y cuando trató de
olvidarlo, tampoco pudo, porque las realidades dolorosas que Dios envía son
imposibles de olvidar o de ignorar. Frente a esta situación se hubiera pensado
que Marina no le quedaba más que un camino: Luchar contra su dolor, rodeándolo
con el pus de su amargura, generando un tumor que terminaría por explotarle
envenenando su vida y la de todos la que la rodeaban.
Pero en su vida había una hermosa cualidad. Era capaz de producir sustancias
sólidas. Normalmente las ostras dedican esta cualidad a su tarea de fabricarse
un caparazón defensivo, rugoso por fuera y terso por dentro. Pero también
pueden dedicarlo a la construcción de una perla. Y eso fue lo que realizó
Marina. Poco a poco, y con lo mejor de sí misma, fue rodeando el granito de
arena del dolor que Dios le había mandado, y a su alrededor comenzó a nuclear
una hermosa perla.
Me han comentado que normalmente las ostras no tienen perlas. Que estas son
producidas solo por aquellas que se deciden a rodear, con lo mejor de sí mismas,
el dolor de un cuerpo extraño que las ha herido.
Muchos años después de la muerte de Marina, unos buzos bajaron hasta el fondo
del mar. Cuando la sacaron a la superficie se encontró en ella una hermosa
perla que al verla brillar con todos los colores del cielo y del mar, nadie
pregunto si Marina había sido feliz... simplemente supieron que había sido
valiosa.