¡Vamos a quitarnos la máscara!

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En las vacaciones descansamos del estrés, del tráfico y del trabajo, pero lo quiero invitar a descansar y quitarnos para siempre las máscaras.

A veces nos ponemos máscaras para sentirnos aceptados. Tenemos varias de ellas: la del trabajo, la de papá responsable o mamá linda, la de persona culta, la de las fiestas, la de los funerales y muchas más. Todas son producto de nuestra cultura, de la etiqueta preestablecida y de nuestra propia red de defensa psicológica.

Disciplinamos nuestro cuerpo y cara para esconderse tras esas rígidas máscaras y así ocultamos al ser humano. Las máscaras nos dan seguridad y nos resistimos a quitárnoslas aun cuando sentimos que sería bueno hacerlo. Protegidos por ellas, podemos vivir en una permanente soledad emocional; llena de secretos, de temor a ser descubiertos, a ser rechazados, juzgados, condenados o a hacer el ridículo.

Lo que quizá no hemos descubierto es la sensación de libertad, de levedad y de autenticidad interior que podemos obtener si nos atrevemos a quitárnosla. Si lo hacemos, lograremos proyectar el atractivo que tiene una persona que se muestra tal como es, que abre su corazón y que expresa sus emociones sin temor a ser juzgada.

Cuando revelamos ante los otros nuestro verdadero yo, se reduce la tensión que proviene de querer parecer alguien que no somos. Surge, por ende, el carisma. Además, el hecho de abrirnos genera el cemento que mantiene unida una amistad verdadera.

A veces dejamos caer la máscara sin darnos cuenta: cuando estamos frente a los niños, a la gente que trabaja con nosotros o con alguien con quien tenemos una relación íntima. También cuando estamos cansados o deprimidos, o cuando algo nos apasiona, nos olvidamos de ella porque nos cuesta trabajo mantenerla puesta.

Observe las caras de las personas que están comprando en una tienda departamental en un día de barata. Vea la cara de quien está embebido en un libro, de quien baila sintiendo la música, de un deportista en una competencia, de las personas que se juntan para ayudarse unas a otras y de los asistentes a una boda o a un funeral. Entonces podrá ver caras verdaderas.

¿Por qué tenemos tanto miedo a mostrarnos? Abrir nuestro interior a la luz del día, por supuesto, es difícil. Si me vas a conocer, tengo que estar dispuesta a compartir contigo los miedos, enojos y envidias que parecen disminuirme como persona. Y eso me aterra.

Sin embargo, si nos aislamos, guardando nuestros secretos y nuestras emociones, sucede una extraña fermentación interna que con el tiempo se convierte en veneno y eventualmente nos mata.

El poeta John Berryman, que saltó a su muerte desde un puente, dejó escrito: "Nos enfermamos tanto como nos reservamos". ¡Qué razón tenía!

Según el psicólogo John Powell, tememos bajar la máscara por varias razones: miedo a la intimidad, miedo a la separación, miedo a la fusión, miedo al rechazo y miedo a la responsabilidad.

Nos da miedo la intimidad; no sabemos a qué caminos nos pueda llevar. Temo mostrarte mi lado flaco, mi lado oscuro. Por lo tanto, evito comunicarme íntimamente contigo.

A algunos nos da miedo la separación. No quiero acercarme mucho a ti porque, quizá, después me dejes y eso me puede lastimar.

Otros tememos la fusión. ¿Si comparto todo contigo, qué me va a quedar para mí? ¿Todavía podré mantener mi propio pedazo de territorio, ése donde puedo estar solo?

También le tenemos miedo al rechazo. Si de verdad me conoces, sin edición, no te voy a gustar. Quizá pierdas poco a poco el interés una vez que sepas todo sobre mí. Así que sólo te muestro mi salón de trofeos y cierro el que guarda mis debilidades.

Por último, existe el miedo a la responsabilidad. Si me acerco mucho a ti, me involucro a fondo, y eso me obliga a estar cuando tú me necesites. No sé qué tan dispuesto estoy al compromiso.

Con estos miedos, disfrazamos nuestro verdadero yo. Disfrazamos uno de nuestros más fuertes y grandes atractivos: el encanto natural que viene de ser uno mismo.

Así que el secreto para evitar la soledad emocional y lograr la aceptación de los demás, paradójicamente, está en quitarnos las máscaras, porque de esta manera asumo los riesgos y me muestro tal como soy, con todo y mis defectos, entonces tú percibirás que confío en ti. Con esto te invito a hacer lo mismo.

Gracias, amigos de mucho tiempo que se unieron a la causa de APAC, que es la rehabilitación y educación de miles de niños con parálisis cerebral.

Gracias también porque al hacerlo llenaron de esperanza a sus familias.