Un testimonio para vivir bien

Autor: Alejandro Serenelli

Enviado por: Sergio Irrizary

 

Hay un testimonio viejo, pero tremendo, de quien descubrió muy tarde lo importante que es la fe para vivir bien, para evitar pecados y delitos absurdos. Se trata del testamento de un criminal italiano, Alejandro Serenelli. En 1905, con 20 años, asesinó a santa María Goretti, una niña que no había cumplido los 12 años. Después de un largo camino de conversión, nos dejó un testamento que sirve para todos, pero, de modo especial, para los jóvenes. Basta con leerlo para pensar que, incluso detrás de los errores más graves, Dios es capaz de levantar a un pecador y guiarlo por el buen camino.
Pero, ¡qué difícil y qué triste es haber hecho lo que se pudo haber evitado con un poco de fe y de amor!

Dejemos, pues, que nos hable Alejandro Serenelli.

"Soy un anciano de casi ochenta años y estoy listo para partir. Echando una ojeada a mi pasado, reconozco que en mi primera juventud escogí el mal
camino, el camino del mal que me llevó a la ruina. Veía a través de la prensa, los espectáculos y los malos ejemplos que la mayoría de los jóvenes siguen ese mal camino, sin reflexionar. Y yo hice lo mismo sin preocuparme por nada.

Tenía cerca de mí a personas que creían y vivían su fe, pero no me fijaba en
esto, cegado por una fuerza salvaje que me arrastraba hacia el mal camino.
Cuando tenía veinte años, cometí un crimen pasional, del cual hoy me
horrorizo con solo recordarlo. María Goretti, ahora una santa, fue el ángel
bueno que la Providencia puso ante mis pasos. Todavía tengo impresas en mi
corazón sus palabras de reproche y de perdón. Ella rezó por mí, intercedió
por mí, su asesino.

Luego vinieron 30 años de cárcel. Si no hubiese sido menor de edad, habría sido condenado a cadena perpetua. Acepté la sentencia que merecía, expié con
resignación mi culpa. María [Goretti] fue realmente mi luz y mi protectora; con su ayuda, me porté bien y traté de vivir honestamente cuando fui aceptado nuevamente entre los miembros de la sociedad. Los hijos de San Francisco, los capuchinos de le Marche, me recibieron en su monasterio con su angélica caridad, no como a un sirviente sino como a un hermano. Con ellos convivo desde 1936.

Ahora estoy esperando serenamente ser admitido a la visión de Dios, abrazar de nuevo a mis seres queridos, estar junto a mi ángel protector y a su querida madre, Assunta.

Desearía que quienes lean estas líneas aprendan la estupenda enseñanza de evitar el mal y de seguir siempre el buen camino, desde la niñez. Piensen que la Religión, con sus mandatos, no es algo que pueda dejarse de lado, sino el verdadero consuelo, la única vía segura en todas las circunstancias, también en las más dolorosas de la vida. ¡Paz y bien!"

Alejandro Serenelli, 5 de mayo de 1961