Un día para vivir

Autor: Rubén Núñez de Cáceres V.

Libro: Para aprender la vida

 

¿Cuándo fue la última vez que usted disfrutó de un día especialmente hermoso?

¿Cuánto tiempo hace que la prisa y el estrés de su trabajo le han impedido
observar tranquilamente el rostro placido de sus hijos cuando duermen soñando quizás con la ternura de su abrazo y de su compañía?

¿Desde cuando los ladrillos de su casa, o el espejo elegante que orgullosamente colgó en su residencia le han prohibido ver lo que su corazón
esconde, que es su alma bella e inmortal?

Permítame decirle cuán triste resulta observar cómo los humanos empezamos a encontrar el sentido de la vida, sólo cuando nos hallamos frente a la muerte.

Cómo es deprimente constatar que las inercias ocultas bajo las apariencias
espirituales, ahogan el verdadero sentido de nuestras vidas, porque su guión
ya fue escrito por otros, para satisfacción del ordenado y feliz mundo de
nuestros reflejos condicionados, y que los días especiales van siendo, poco
a poco borrados o espaciados, en nuestro calendario, porque estamos
demasiado ocupados para festejarlos, y entonces tranquilamente los
postergamos para más tarde, para otra ocasión aún más especial, sin saber si
estaremos aún aquí para disfrutarlos.

Cada día debería ser especial si sabemos encontrar en él la belleza que
indudablemente ahí se esconde. Aún nuestro trabajo, por agobiante y duro que
sea, puede hacer hermoso y gratificante nuestro día, si procuramos sonreír y
contagiar de optimismo al compañero de labores, si saludamos cordialmente
hasta a quien no conocemos, pero nos encontramos en nuestro camino, y si
somos conscientes de la autoestima que obtenemos mientras esforzadamente
intentamos ganar nuestro sustento.

Si somos capaces de ver cómo se ilumina el rostro de un niño al que obsequiamos una caricua o tal vez una moneda, si redescubrimos la  belleza de
nuestra esposa, porque de repente la vimos con más detenimiento de lo que
antes nos permitía la rutina; si escuchamos pacientes y por enésima vez la
narración que el abuelo nos hace de sus remotas aventuras o visitamos al
amigo enfermo al que hacia tiempo no veíamos, o buscamos la cercanía de nuestros padres que deambulan por su casa añorando a los hijos que se fueron.

Son esas pequeñas cosas que pueden hacer de nuestro día algo muy especial.
Porque no es hermoso ni especial solo el día aquel en que fuimos a la tienda
lujosa para comprar ese nuevo adorno que colgamos de la pared; no es hermoso el solo pensar en las vacaciones exóticas y caras, no es hermoso 
solamente recibir un regalo elegante. Es hermoso también escuchar a un alma
acongojada, oír la risa sin dobleces de los que amamos; hacer que una sonrisa se dibuje en el extraño que ignora porqué, le sonreímos. Es hermoso dar sin esperar nada a cambio, compartir con alguien la felicidad que sientes, llevar una flor a quien amas, quizás cuando menos lo esperaba; llenar las años, de esperanza de quien está ya vacío de todo, y ver como florecen las cosas sin que sea un día especial, sino simplemente porque nosotros supimos establecer la diferencia.

La gente de ordinario piensa que los días especiales son pocos y los atesoran con recuerdos insubstanciales, fotografías amarillentas y cosas que invariablemente caducan al poco tiempo.

Todos podemos hacer de nuestros días algo especial, aún en circunstancias
difíciles, si entendemos que Dios nos dio los días de sol y los nublados también, porque detrás de ellos está siempre Él, esperando ser encontrado.

Las graduaciones, las bodas, los bautizos y los aniversarios nos recuerdan
cuando nuestro corazón se regocija con lo que naturalmente es alegre. 
Pero también podemos convertir un día común en hermoso sencillamente 
queriendo hacerlo, porque está en nuestras manos transformar con nuestra actitud aún lo más adverso de la vida.

Por eso, ¿cuánto hace que no disfruta usted de un día especial? ¿cuánto hace
que no lleva flores a su amada, sin razón alguna? ¿cuánto hace que no se
sorprende diciendo una palabra amable, o con una oración en la boca
prodigando un elogio a quien quiere, abrazando a sus hijos porque sí, cantando o bailando aunque haga el ridículo, riéndose de sí mismo y de su solemnidad, disfrutando en fin, bastante de la vida?

Ser consciente de esto es saber que la vida en sí misma es algo tan especial
que, celebrarla por serlo, no requiere de un día en particular, o de una ocasión o de un acontecimiento, sino sólo de nuestro deseo de que así sea.

No hay que esperar que los días se nos conviertan en especiales: hay que
hacerlos así con nuestra inquebrantable voluntad de saberlos disfrutar siempre.

Porque la fragilidad de nuestra vida es tal, que un día, aunque queramos, ya
no podremos hacerlo, y entonces será ya demasiado tarde para intentarlo
siquiera.