Sólo sabían amar

Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD 

 

 

Dos ancianos que vivían juntos en una celda no habían tenido nunca ninguna disputa. Un día uno de ellos dijo al otro: “Deberíamos tener al menos una discusión, como todo el mundo”. Su interlocutor respondió: “No sé como empezar”. El primero replicó: “Voy a poner este ladrillo entre nosotros y después diré: ‘Esto es mío’. Entonces tú dirás: ‘No, me pertenece a mí’. Esto nos llevará a polemizar y disputar”. Colocaron el ladrillo entre ambos. Uno dijo: “Esto es mío”. Y el otro: “No estoy seguro de que sea mío”. El primero replicó: “No es tuyo, es mío”. Entonces el otro exclamó: “Está bien, si te pertenece, cógelo”.

            Dos amigos o hermanos no pueden discutir ni pelearse, porque el amor está por encima del tener. Verdaderamente es un milagro que haya personas que puedan entenderse, que puedan amarse a lo cristiano. Jesús nos dejó su mensaje bien claro: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros” (Jn 13,34).

San Pablo dirá: “El amor es paciente, servicial, no es envidioso, no fanfarronea, no se pone por delante, no busca su interés, no se irrita, no lleva cuentas del mal... Todo lo cree, todo lo espera, todo lo sufre...” (1Co 13,4-7).

No se puede devolver mal por mal. Si el otro no quiere la paz y prefiere la violencia, allá él. Isaac el Sirio da las siguientes recomendaciones:

“Déjate perseguir, pero tú no persigas.

 Déjate crucificar, pero tú no crucifiques.

 Déjate ultrajar, pero tú no ultrajes.

 Déjate calumniar, pero tú no calumnies”.

            Insistía Jesús: “Conocerán que sois mis discípulos si os amáis unos a otros” (Jn 13,35). Esto lo aprendieron muy bien los primeros cristianos. Así lo refleja la Carta a Diogneto: “Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por el país, ni por el lenguaje, ni por los vestidos. No viven en ciudades propias, no se sirven de una lengua extraordinaria, su manera de vivir no tiene nada de singular… Se reparten por las ciudades griegas y bárbaras según el lote que le ha tocado en suerte a cada uno. Se adaptan a los usos locales en el vestir, la comida y la manera de vivir, mostrando las extraordinarias y verdaderamente paradójicas actitudes de su república espiritual. Cumplen con todos sus deberes ciudadanos y soportan todas las cargas. Toda tierra extranjera es una patria para ellos y toda patria, una tierra extranjera. Se casan como todo el mundo, tienen hijos, pero no abandonan a los recién nacidos. Comparten la misma mesa, pero no la misma cama. Están en el mundo, pero no viven según el mundo. Pasa su vida en la tierra, pero como ciudadanos del cielo. Obedecen las leyes establecidas, pero su manera de vivir sobrepasa en mucho a estas leyes. Aman a los hombres, pero son perseguidos, ignorados y condenados por ellos. Con la muerte ganan la vida. Son pobres y enriquecen a muchos. Escasean de todo y sobreabundan en todas las cosas. Se les desprecia y en este desprecio encuentran su gloria... Se les calumnia y son justificados. Se les insulta y ellos bendicen”.