Si tuviera 18 otra vez

Autor: Rubén Núñez de Cáceres

Libro: Para aprender la vida

 

Si Dios, con su magia inconfundible, permitiera que yo tuviera dieciocho años de nuevo, sin duda sería más audaz, pero igualmente cauteloso.

Pensaría por ejemplo en vivir este instante como si fuera el último, pero con la idea que es también el primero de mi vida.

Disfrutaría plenamente el presente, pero sin olvidar de tener un resquicio abierto que mire al futuro, si quiero darle significado a mi existencia.

Trabajaría arduamente para tener , pero sin que ello me impida estar bien y ser bueno.

Me regocijaría con cada atardecer y cada amanecer, pero sin querer beberlos
todos de un sorbo, acudiendo a falsos paraísos, que sin duda me los proporcionarían pero a costa de mi dignidad y mi autoestima.

Trataría de vivir mi juventud sin dejar a mis padres. Porque, ahora lo veo
claramente de todos los amores que un día conoceré el de ellos es el único
verdaderamente incondicional. Y es tan poco el tiempo que los disfrutaré que
ninguna cosa vale la pena si lo desperdicio con su lejanía.

Usaría la tecnología sin permitir que ella me use y me convierta así en simio tecnologizado. Finalmente me felicitaría de que no todos permitimos ser suplantados por una maquina. Hay muchos que disfrutan de la vida sin tener que estar frente a una pantalla para hacerlo.

Desearía saber, pero también saber para que. El conocimiento no sirve de
nada si no está puesto al servicio de alguien. Quizás todo el conocimiento
humano quepa en un disco compacto. Pero nada hay que pueda contener el
espíritu inmortal del hombre y su destino.

Pensaría más a menudo que por alguna razón estoy aquí. Y trataría de encontrarla y explicarme así porque soy polvo de estrellas que un día volverá a fundirse en un abrazo cósmico con el Autor de todo. Si así no fuera, la vida entera carecería de sentido.

Cuidaría mi cuerpo sin convertirlo en mi ídolo, pues seria un ídolo de barro, cuidaría mi mente para que no se reblandezca con tantas banalidades que la invaden y manipulan, cuidaría mis emociones para poder ser llamado
realmente inteligente y cuidaría mi espíritu sin que eso signifique, como
dice el poeta "el temor insano a la venganza final del lucifer."

Buscaría una compañera que estuviera preparada para enfrentar la vida con
dignidad y no con sometimiento pues ella seria la mejor parte de mi mismo y
vería con entusiasmo que se realizara como mujer, pero que no olvidara nunca
la maravilla de la maternidad, el milagro que representa su feminidad y la
soledad que tendría sin ellas. Y que haya espacios entre nosotros y podamos
conversar sobre cuánto realmente nos necesitamos.

Pensaría en los hijos que un día tendré y cómo el amor debe ser el motor real de su existencia. Y trataría de enseñarles que sin él no valdrían nada y su ausencia los haría incapaces de amar más adelante a los suyos. 

Tendría presente que si pienso que el dinero lo es todo significa que haría todo por tenerlo, inclusive lo que no debería hacer, creería firmemente que la amistad existe; que en la vida no todo es negocio ni interés, que la bondad prevalecerá un día; que Dios inventó el tiempo, pero sólo el hombre inventó la prisa y que lo único que realmente nos llevaremos es el cariño que dimos y nos dieron. Los fuegos fatuos duran un momento, pero la verdadera lumbre, arderá por siempre.

Pero yo, que ya crucé el umbral de los sesenta y solo puedo como Proust recuperar mis dieciocho a través del milagro que el recuerdo es, al único milagro al que puedo aspirar es a que quienes viven la maravilla de la primavera temprana, la aprovechen con plenitud, para que en el momento del recuento final, al que todos nos enfrentaremos un día, agradezcan sencillamente el haber sido gozosos participes de la hermosa danza de la vida.