Si perdonas, serás feliz

Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD 

 

 

Hace unos años Antena 3 de la Televisión de España difundió las palabras de perdón que salieron de la boca del coronel Carrasco, padre de Juan José, una víctima de ETA. Y a continuación la emisora hizo una encuesta entre su audiencia. La pregunta era: ¿Perdonaría usted a los asesinos de su hijo? El locutor se excusó por la dureza de la pregunta y pidió sinceridad en las respuestas.

Gran valor tuvo el padre de Juan José para perdonar a los que acabaron con la vida de su querido hijo. Con su testimonio enseñó que el perdón, aunque es difícil, es posible, y que no es necesario albergar odio en el corazón ni desear ni querer mal a otro.

            Dios nos ama, nos perdona; nosotros debemos hacer lo mismo. El amor verdadero “todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo acepta” (1 Co 13,7). Nada nos ayudará tanto a amar y perdonar como experimentar el amor y el perdón de Dios. “Bienaventurados los misericordiosos porque alcanzarán misericordia” (Mt 5,7). Somos nosotros los que al perdonar ponemos la medida del perdón. “Perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará... Porque con la medida con que midiereis se os medirá” (Lc 6,36-38). Y hay que usar una buena medida para excusar los pecados de cada día, esos que van carcomiendo toda clase de amor. Éste muere, a menudo, por las continuas desatenciones, olvidos, genio, egoísmo... La puesta del sol no debe sorprender a nadie en el enojo (Ef 4,26). Y “si tu hermano peca contra ti siete veces al día, y siete veces vuelve diciendo: “me arrepiento”, lo perdonarás (Lc 17,4). “No devolváis mal por mal ni insulto por insulto; por el contrario, bendecid, pues habéis sido llamados a heredar la bendición” (1 P 3,9).

            Igual que amamos y ofendemos a diario, de la misma forma debemos perdonar. Pero tanto el amor como el perdón son un proceso. Perdonar conlleva:

            – Reconocer que me han ofendido, que alguien me ha herido. No se trata de buscar al culpable; posiblemente la culpa sea de ambos.

            – Querer perdonar. El perdón afecta a nuestra voluntad. El que quiere o desea perdonar, ya ha perdonado. Entonces Dios tiene paso abierto para sanar totalmente.

            – Dios sana. “Os daré un corazón nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne” (Ez 36,26). “El sana los corazones destrozados y venda sus heridas” (Sal 147,3). Dios es capaz de crear un corazón nuevo, de acabar con el odio y el rencor cuando se le deja actuar.

            – El perdón es un don de Dios. Este don hay que ponerlo en práctica, acercándose al otro con un saludo, un gesto de amistad que demuestre que no se guarda rencor.

            Quien no perdona se hace daño a sí mismo. “¿Quieres ser feliz un instante? Véngate. ¿Quieres ser feliz toda la vida? Perdona” (Lacordaire).