Simplemente se reían

Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD 

 

 

A tres místicos chinos los llamaban los Tres Santos sonrientes, porque nunca hicieron otra cosa: simplemente se reían. Iban de una ciudad a otra, se paraban en los mercados y se reían a carcajadas. Eran realmente hermosos riéndose. Su risa era como una plaga, el mercado entero terminaba riéndose y durante unos segundos se abría un mundo nuevo.

Viajaron por toda China ayudando a la gente a reírse. Los tristes, los enojados, los ambiciosos, los celosos... todos comenzaron a reír con ellos. Y muchos sintieron que allí estaba la llave que podía cambiarles.

Murió uno de los tres y los otros seguían riendo, porque no había muerto, había entrado en una nueva vida. Entonces el pueblo entero comenzó a reírse y a danzar con los dos amigos.

            No cabe duda de que el que es capaz de cambiar la tristeza en alegría, ha resucitado, ha pasado a una nueva vida. La risa es una de las grandes fuerzas transformadoras que el Dios de la vida nos ha regalado.

            El evangelio comienza con una inmensa alegría: anuncios, promesas, milagros, llamadas, una continua maravilla. Todo el mundo está trastocado: Isabel, la estéril, da a luz; Zacarías, el incrédulo, profetiza; la Virgen es ahora madre; los pastores charlan con los ángeles; los magos dan todo lo que tienen. Simeón ya no tiene miedo a morir. 

Cristo nos ha entregado su alegría. Nos ha dicho: Os doy mi gozo. Quiero que tengáis mi propio gozo, y que vuestro gozo sea completo (Jn 15,11). Somos depositarios del gozo de Cristo. El cristiano tiene que vivir en el gozo permanente.

Debemos guardarnos de la tristeza como de una gran peste. No debe entrar jamás en la mente ni en el corazón. La tristeza nos hunde, nos arrincona, nos frena, nos encierra en nuestro egoísmo. Un Padre de la Iglesia decía: Sólo existe un medio para curarnos de la tristeza: dejar de amarla.

              Hay dos cosas que Cristo reprochó especialmente a sus apóstoles: el temor y la tristeza.

              Benedicto XIV puso la alegría como condición para la beatificación de los siervos de Dios. “Un santo triste es un triste santo” (san Francisco de Sales). Algunos santos han sobresalido por su alegría como Teresa de Ávila, Francisco de Sales, Felipe Neri, Juan Bosco, Tomas Moro, Juan XXIII...

              La sonrisa y el buen humor son grandes dones. Para andar por la vida necesitamos amplias dosis de buen humor. “Necesito humor para seguirte, Señor, para creer en las Bienaventuranzas, para amar y perdonar a todos. Necesito fuertes dosis de buen humor para ser sal, luz, fermento... Dan ganas de no poner ya más sal a la ‘cosa’. Dan ganas de dar un gruñido y marchar. Pero Tú no quieres seguidores gruñones ni entristecidos. No es posible ser buen cristiano sin buen humor. El mal humor no es buen conductor de la Buena Noticia” (Damián Iguacén).

Jesús empezó a caminar con los discípulos de Emaús, pero no lo reconocían (Lc 24,13). Sólo cuando lo reconocieron, su corazón se llenó de alegría. Entonces comenzaron de nuevo a reír: había comenzado una nueva vida.