Si conoces

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Si conoces a un niño, no lo desprecies, ámalo.
Si conoces a un anciano, no te enojes porque te cuenta siempre la misma historia, compréndelo.
Si conoces a un enfermo, no le cuentes de tus propias enfermedades, consuélalo.
Si conoces a un solitario, no le mires indiferente, dale tu compañía.
Si conoces a un débil, no le quites las fuerzas que aún conserva, fortalécelo.
SI conoces a un hambriento, no le arrebates el mendrugo que ha conseguido, dale de comer, 
Si te encuentras a alguien que tiene sed, no lo envíes al pozo más cercano, dale de beber.
Si sabes de un prisionero o encarcelado, no voltees el rostro diciendo: “pues allá él”, visítalo.
Todas esas cosas - niño, anciano, enfermo, solitario, débil - has sido o serás
alguna vez. Necesitarás entonces amor, comprensión, consuelo, compañía y
fortaleza. Da todo eso cuando te necesiten, y todo eso recibirás cuando lo
necesites tú. Pero además, recuerda que el mismo Cristo estará pendiente de todo ello, pues dijo que si alguien da aunque sea un vaso de agua en su nombres, eso no quedará sin recompensa.