“Ser” frente a “tener”

Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD 

 

 

Era un rey que tenía montones de joyas. Un día el diamante más grande se cayó al suelo, pero nadie pudo encontrarlo. A medianoche, un ratoncito andaba buscando algo para comer y vio el diamante; trató de empujarlo hasta su agujero, pero no pudo. Llamó a varios ratoncitos y, empujando todos, lograron meter el diamante por el agujero, pero cayó tan profundo que jamás lo pudieron alcanzar. Entonces un ratón preguntó: ¿Para qué sirvió empujar tanto? Nadie tuvo una respuesta apropiada.

Tener es una de tantas adicciones de los humanos, muy sutil y atrayente, pero destructora de la persona. Vivimos en la cultura del tener, del poseer, del acaparar. Quien no tiene dinero, cultura, tierras... no vale.

Para vivir necesitamos tener; pero la meta de muchos es simplemente tener y gozar de lo que tienen. Cuando la persona se preocupa sólo de tener... el “ser” no tiene cabida. La cultura del tener no pregunta quién eres, sino cuánto tienes...

            La pasión del tener termina convirtiendo al “propietario” en prisionero de lo que tiene, esclavo de lo que posee. El que ama las riquezas jamás se ve saciado. “Quien ama el dinero no se harta de él” (Ecl 5,9). No cabe duda de que el dinero seduce, pues con él se consigue todo o casi todo: fama, honra, vida suave, respeto... “Poderoso caballero es Don Dinero”. Por él muchos se han hecho cautivos de la avaricia y prisioneros de sus caprichos.

En el tener desbocado, sin mesura, no hay una relación viva entre el yo y lo que tengo. Las cosas y yo nos convertimos en objetos; yo las tengo, porque tengo poder para hacerlas mías; pero también existe una relación inversa: las cosas me tienen, debido a que mi sentimiento de identidad, o sea, de cordura, se apoya en que yo tengo cosas (tantas como me sea posible).

La persona sensata y equilibrada tiene que elegir entre “ser” o “tener”. Pero si uno opta por el tener es difícil, casi imposible, que sea él mismo.

              Tener y ser los podemos llevar a lo más sagrado que es el amor. Experimentar el amor en la línea del tener es aprisionar, cerrar, cortar alas a lo que se ama. Cuando se ama de verdad, hay respeto, libertad, cuidado de la persona, paz, alegría, aumento de vitalidad.

Algunos matrimonios, en vez de amarse, acuerdan compartir lo que tienen: dinero, casa, hijos... Más que una familia, parecen empresas...

El tener lleva en nuestros días a otra actitud: consumir todo lo que cae en las manos, devorar todo lo que está a nuestro alcance. Se consume la televisión, el sexo, el coche... de tal forma que muchos llegan a pensar que “ser” es el resultado de lo que tengo y consumo.

San Juan de la Cruz, consciente del daño que hace el tener sin equilibrio, propone el poseer a Dios para liberarse de las cosas y de las criaturas. El alma no ha de estar atada a nada, ya que el apego esclaviza.

Los grandes maestros de la espiritualidad han elegido “ser” frente a tener. Buda enseña que, para alcanzar la etapa más elevada, no debemos anhelar posesiones. Jesús cuestiona: ¿De qué aprovecha tener mucho, ganar mucho, si uno se pierde? (Lc 9,25).

Nuestra meta debe estar en el ser, no en el tener. Nuestro corazón debe estar en Dios; será la única forma de no desfigurar el verdadero amor.