¡Sangre de Cristo, Embriágame! (Meditación)

Autor: Padre Pedro García.

Libro: "Sangre de Cristo”




Habíamos pecado, y perdidos sin esperanza, la condenación era nuestro único paradero. ¿Qué rescate íbamos a pagar a Dios por nuestra salvación?....Nuestras vidas rotas, nuestra sangre impura, contaminada por tanto pecado, no tenían ningún valor ante los ojos divinos. Pero vienes Tú Jesús, y con tu sangre inocente, purísima, tomada de las entrañas de la Virgen Inmaculada, pagas el precio subidísimo que exigía Dios.

Te presentas valiente ante el Padre, al que dices, apenas entras en el mundo: “Nada te importan los holocaustos y sacrificios por el pecado. Pero ¡aquí estoy yo!”. Y con este amor al Padre y a nosotros subes a la cruz, donde la sangre de tus venas se destila gota a gota sobre la tierra pecadora. Tú lo anuncias el día anterior cuando proclamas: “¡Mi sangre que por vosotros es derramada!”………Y vemos en el calvario cómo.

“Un mar de sangre fluye, inunda, avanza por tierra, mar y cielo, y nos redime”.

¡Jesús!, con razón nos dirá San Pablo que, reconciliando Dios consigo todas las cosas por medio tuyo, y aplacado por la Sangre de tu cruz, el cielo y la tierra, que antes éramos enemigos, nos podemos dar el beso de la paz.

Hemos sido rescatados de las garras de Satanás, del pecado y de la condenación eterna, “NO a precio de oro y plata, sino con la sangre preciosísima del Redentor Divino, el Cristo, el cordero sin mancha”. A estas palabras de Pedro, añadirá Pablo con vehemencia: “¡Habéis sido rescatados a gran precio! ¡En Cristo tenemos la redención por Su Sangre!”.

No es extraño entonces, Jesús, que los salvados ostentan en el cielo orgullosos, esplendidas vestiduras, “Lavadas y blanqueadas en la Sangre del Cordero”. Por eso también nosotros vivimos “con una confianza jubilosa de que entraremos en el santuario del cielo por virtud de la Sangre de Jesús, de esa sangre tuya, que, “con solo una gota puede salvar de todo pecado al mundo entero”.

Tu sangre beberemos, Señor, porque Tú nos la brindas cuando nos dices: “Tomad y bebed, que esta es mi sangre”. Así nos lo habías anunciado antes al prometernos en la Eucaristía: “Mi sangre es verdadera bebida”. A esa sangre debemos el vernos limpios de pecado, porque “Tu sangre, ofrecida inmaculada a Dios, bajo el impulso del Espíritu Eterno, nos purificó de todas las obras muertas del pecado y nos ha hecho capaces de rendir a Dios un culto dignísimo”.

Si te preguntase, mi Señor Jesucristo, qué es Tu sangre, tengo la seguridad de que me responderías:
Una bebida de amor,
Preparada en el amor,
Derramada por amor,
Y entregada por amor,
En el cáliz del amor.


Por eso, te digo con Ignacio, aquél gran Mártir Cristiano: “Oh Cristo, yo quiero por bebida Tu sangre, porque es amor incorruptible, porque es vida eterna”.

¡Oh Sangre de Cristo, sáname!
¡Oh Sangre de Cristo, sálvame!
¡Oh Sangre de Cristo, libérame!
¡Oh Sangre de Cristo, purifícame!
¡Oh Sangre de Cristo, santifícame!
¡Oh Sangre de Cristo, progràmame!
¡Oh Sangre de Cristo, Embriàgame!…