Razón final

Autor:  Eduardo B. Coria

 

Estoy de pie sobre la última playa de mi tiempo
mirando hacia adelante,
al borde de lo eterno…
Y desde la arena firme de los días contemplo el más allá,
clavo mis ojos en ese enorme, infatigable y multiforme mar,
en esas olas cambiantes del no tiempo.

Me conmueve el misterio…
Mi corazón se desborda con preguntas 
frente al horizonte indefinible que separa la tierra de los cielos:
¿Cómo puedo seguir en mi camino
si en las olas bravías de este océano
no alcanzo a ver ninguna estela?
¿Adónde están las huellas
de quienes hasta ayer me precedieron
en la última jornada,
en el viaje supremo?
Quisiera verlas, necesito verlas 
con tanta claridad como contemplo
mis propias pisadas definidas
que señalan mi paso por la vida;
pero nada percibo, 
¡porque nadie ha dejado evidencias 
de su andar por las aguas obscuras del futuro incierto!

Desde esta playa, 
la última playa,
miro hacia atrás y puedo ver las marcas de mis pies,
que se prolongan y se pierden más allá de las arenas cálidas…
Están en los caminos,
están impresas en las viejas circunstancias,
se ven sobre las hojas doradas del otoño,
y también se ven
en los días del amor o de las lágrimas.

Pero hoy, cuando las olas de lo eterno 
comienzan a tocarme,
me siento confundido al ver que en las aguas del no tiempo 
no hay ninguna señal.
Tampoco cuento 
con un mapa,
ignoro el derrotero,
desconozco las corrientes y los vientos.

Me conmueve el misterio… 
y ¡estoy solo, 
completamente solo!
Estoy solo, 
y no entiendo…

Sin embargo, 
en este minuto postrero que me queda,
con el alma a punto de exhalar su último aliento,
cuando cierro mis ojos para entrar en el definitivo sueño,
me sorprendo al notar que se abren más y más las pupilas de mi alma,
y veo…
mucho mejor que antes, mucho mejor que nunca,
límpidamente veo…

Por encima del oleaje,
más allá de la línea que separa la tierra de los cielos,

percibo la presencia de Dios…

Dios,
a Quien tantas veces le dije “Padre nuestro…”
Y la visión de ese rostro amable y tierno
mueve mis pies, que intentan dar un paso y otro y otro y otro…
sobre las aguas ignotas del no tiempo.

Ante el Señor
comienzo a percibir con claridad
que las huellas de la vida carecen de importancia,
que las noches y los días son nada más que un sueño,
que lo único real no es mi pasado
sino el presente y el futuro donde Él está viviendo.

Hoy,
al dejar la última playa de mi tiempo,
miro adelante, hacia el Eterno,
y alzando los pies definitivamente de la arena no tan firme de los días,
comienzo a caminar sobre las aguas
extendiendo mis manos a los cielos…

¡Dios! 
¡No me hundo!
¡Señor! 
¡Camino sobre el mar desconocido del no tiempo!
¡Aquí estoy… soy yo… recíbeme!
Padre, ¡a Ti vengo!