Ómnibus al paraíso
Autor: Leo Buscaglia
Libro: Ómnibus al paraíso
Uno
de los personajes más memorables de mi niñez fue un caballero bastante excéntrico
al que todos conocían simplemente como Carlos. Cuando recuerdo mi antiguo
barrio, vienen a mi mente un sin fin de personajes, pero los recuerdos de Carlo
son siempre felices. Yo era muy joven cuando vi por primera vez a Carlo. Estaba
haciendo lo que más le gustaba: caminando al fresco, aparentemente sin destino,
cantando una ópera.
¡Qué
bien cantaba ese hombre! Arias de Puccini, Verdi y Donizetti. Algunas veces se
detenía por un instante, alcanzaba una nota alta y gesticulaba dramáticamente
ignorando a los que lo rodeaban. Mamá decía que debía de estar un poco loco
pero que cantaba bien y eso era muy hermoso. Todos estábamos de acuerdo. Puesto
que sólo actuaba algunas veces, nunca dejó de resultarme novedoso escucharlo
cantar de ese modo. Nunca nadie se sintió molesto u ofendido. Las personas lo
miraban y sonreían. A Carlo no le importaba su opinión. Simplemente caminaba
haciendo lo que le gustaba.
Nunca
supe qué fue lo que le sucedió a Carlos. Sólo sé que dejó de venir. Quizás
esté dando serenatas, en otros barrios. Siempre he sospechado que muchos de los
que consideraban que era un poco raro, también lo admiraban secretamente. Él
se atrevía a compartir con los demás lo que la mayoría de nosotros, por temor
al qué dirán, nos guardamos en nuestro interior. Después de todo, las
personas ‘‘normales’’ cantamos debajo de la ducha. Pero este individuo
se dejaba llevar por su propio impulso gozoso, sin preocuparse por la reacción
de los demás. La historia conlleva una sabia moraleja: Tienes derecho a ser tú
mismo.
Muchos
pasamos la vida complaciendo a los demás y adaptándonos a la imagen que tienen
de nosotros. Dentro nuestro siempre hay una voz insistente que nos recuerda, si
la escuchamos, quiénes somos y qué es lo correcto para nosotros.
Es
reconfortante saber que las personas que nos son importantes seguirán amándonos,
aun cuando algunas veces “nuestra forma de ser resulte un poco alocada. Estas
personas son tan especiales porque nos aceptan tanto en la locura como en la
cordura. Reconocemos y valoramos esto cuando decimos cosas tales como:
‘‘Puedo ser yo mismo cuando estoy con él”, o “Le gusto a ella tal cual
soy”. Tarde o temprano descubrimos siempre que no podemos personificar a otro
a la perfección. Las personas siempre me dicen: ‘‘Gracias por ser
usted’’. Y siempre respondo: “Durante años traté de ser otro y no
funcionó”.