Oh Dios!

Autor: Gabriela Mistral

 

Envíanos locos,

de los que se comprometen a fondo,

de los que se olvidan de si mismos,

de los que aman con algo mas que palabras,

de los que se dan de verdad hasta el fin.

  

¡Oh Dios!

Necesitamos locos, varones y mujeres,

capaces de saltar de la inseguridad

hacia la incertidumbre de la pobreza,

que aceptan permanecer anónimos,

que pongan sus talentos al servicio de los demás.

  

¡Oh Dios!

Necesitamos locos del presente,

enamorados de una vida sencilla,

libertadores eficientes de la miseria humana,

amantes de la paz, puros de corazón,

dispuestos a aceptar cualquier tarea,

de acudir donde sea,

espontáneos y tenaces, dulces y fuertes.

  

Mi alma fue un tiempo un gran árbol

en que se enrojecían un millón de frutos.

Entonces mirarme solamente daba plenitud;

oír cantar bajo mis ramas cien aves era una tremenda embriaguez.

Después fue un arbusto, un arbusto retorcido de sobrio ramaje,

pero todavía capaz de manar goma perfumada.

Ahora sólo es una flor, una pequeña flor de cuatro pétalos.

Uno se llama la Belleza, el otro el Amor, y están próximos;

otro se llama el Dolor y el último la Misericordia.

  

Así, uno a uno, fueron abriéndose y la flor no tendrá ninguno más.

Tienen los pétalos en la base una gota de sangre,

porque la belleza me fue dolorosa,

porque fue mi amor pura tribulación

y mi misericordia nació también de una herida.

Aquel que supo de mí cuando era un gran árbol

y que llegue buscándome tan tarde,

en la hora crepuscular, tal vez pase sin reconocerme.

  

Yo desde el polvo lo miraré en silencio

y sabré por el rostro si es capaz de saciarse

con una simple flor, tan breve como una lágrima.

Si le veo en los ojos la ambición,

lo dejaré pasar hacia las otras,

que son ahora grandes árboles enrojecidos de frutos...