No arrojar la toalla

Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD 

 

 

Olga Bejano hace tiempo que tiene una cruz bien visible. En plena juventud, a los 23 años, perdía la voz ocasionalmente. Más tarde su voz se paralizó. Hoy está completamente paralizada de la cabeza a los pies, no puede hablar y ya casi ni ve ni puede escribir.

Olga lucha contra corriente y proclama a los cuatro vientos que el alma es más fuerte que el cuerpo y que todos tenemos una fuerza interior que no nos deja caer.

 Cristo invita a los cristianos a cargar con la cruz y a llevarla como él la llevó. Para Jesús, “cargar con la cruz” significa aceptar ser tenido por uno de tantos desgraciados a los que cualquier día las autoridades romanas podían colgar en una cruz. Por lo tanto, “cargar con la cruz” significa alinearse con los últimos, con la inmensa multitud sin nombre y sin cualificación alguna. No significa constituirse en héroe ni en ejemplo de nada, sino despojarse de todo signo de distinción y pasar a ser uno de tantos, perderse entre las pobres gentes sobre las que podía caer la maldición que anunciaba el libro del Deuteronomio (21,22s).

Cuando hablamos en cristiano, no hemos de confundir cruz con cualquier desgracia, contrariedad o malestar que encontramos en la vida; nos referimos expresa y definidamente a la cruz que acontece por el hecho de seguir a Jesús. D. Bonhöffer lo recuerda de manera clara y precisa: “La cruz no es el mal y el destino penoso, sino el sufrimiento que resulta para nosotros únicamente del hecho de estar vinculados a Jesús... La cruz es un sufrimiento vinculado no a la existencia natural, sino al hecho de ser cristiano”.   

El sufrimiento, la cruz, es un misterio para todos. Todas las explicaciones sobran, pero no es cuestión de comprensión, sino de aceptación. Y paradójicamente quien acepta y abraza la cruz, la siente como un peso ligero y un yugo suave (Mt 11,30).

Jesús invita a los cristianos a “tomar la cruz”, “cargar cada día con la cruz”, “perder la vida” (Mt 16,24; Jn 12,24-26). “El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo” (Lc 14,27).

            Seguir a Jesús es cargar con la cruz como él (Mt 10,38), estar donde está él (Jn 12,26)), dar la vida (Jn 13,37). “Como Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y persecución, de igual modo la Iglesia está destinada a recorrer el mismo camino a fin de comunicar los frutos de la salvación” (LG 8). Jesucristo, sufriendo la muerte por todos, nos enseña con su ejemplo a llevar la cruz que la carne y el mundo echan sobre los hombros de los que buscan la paz y la justicia (GS 38). Todo el que está cerca de Jesús y lo sigue ha de estar dispuesto a asumir la persecución y muerte. Sería larga la lista de todos los mártires del cristianismo, no sólo en los primeros tiempos, sino también en nuestros días.

Sin la cruz es imposible comprender quién es Jesús. Seguirlo significa estar dispuesto a darse uno mismo (Mc 8,35), a ser el último (Mc 9,35), a beber el cáliz y cargar con la cruz (Mc 10,38). La verdad es que todos los que han estado cerca de Jesús han participado del Calvario... y les ha tocado alguna astilla de la gran cruz.

 Es necesario permanecer creyentes en medio de los sufrimientos, porque “es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios” (Hch 14,22). La fe es la única relación que podemos tener con Jesús. La fe, la esperanza y el amor son los únicos medios que tenemos para llevar la cruz como Olga y como tantos que han seguido a Jesús.