Me haré cargo de tí

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Durante el siglo XV, en una pequeña aldea cercana a Nuremberg, vivía una
familia compuesta por 2 padres y 18 hijos. Para poder poner pan en la mesa
para tal prole, el padre, y jefe de la familia, trabajaba casi 18 horas
diarias en las minas de oro de la región, y en cualquier otra cosa que se
presentara.

A pesar de las condiciones tan pobres en que vivían, Albrecht y Joseph, dos
de los hijos de Oliver Durer tenían un sueño. Ambos querían desarrollar su
talento para el arte, pero bien sabían que su padre jamás podría enviar a
ninguno de ellos a estudiar a la Academia.

Después de muchas noches de conversaciones calladas entre los dos, llegaron
a un acuerdo. Lanzarían al aire una moneda. El perdedor trabajaría en las
minas para pagar los estudios al que ganara. Al terminar sus estudios, el
ganador pagaría entonces los estudios al que quedara en casa, con las
ventas de sus obras, o como fuera necesario.

Lanzaron al aire la moneda un domingo al salir de la Iglesia. Albretch
Durer gano y se fue a estudiar a Nuremberg. Joseph comenzó entonces el
peligroso trabajo en las minas, donde permaneció por los próximos cuatro
años para sufragar los estudios de su hermano, que desde el primer momento
fue toda una sensación en la Academia.

Los grabados de Albretch, sus tallados y sus oleos llegaron a ser mucho
mejores que los de muchos de sus profesores, y para el momento de su
graduación, ya había alcanzado algo de fama comenzado a ganar considerables
sumas con las ventas de su arte.

Cuando el joven artista regresó a su aldea, la familia Durer se reunió para
una cena festiva en su honor. Al finalizar la memorable velada, Albretch se
puso de pie en su lugar de honor en la mesa, y propuso un brindis por su
hermano querido, que tanto se había sacrificado para hacer sus estudios una
realidad.

Sus palabras finales fueron: "Y ahora, Joseph hermano mío, es tu turno..
Ahora puedes ir tú a Nuremberg a perseguir tus sueños, que yo me haré cargo
de tus estudios".

Todos los ojos se volvieron llenos de expectativa hacia el rincón de la
mesa que ocupaba Joseph, quien tenía el rostro empapado en lágrimas, y
movía de lado a lado la cabeza mientras murmuraba una y otra vez: "No...
no... no...".

Finalmente, Joseph se puso de pie y secó sus lágrimas. Miró por un momento
a cada uno de aquellos seres queridos y se dirigió luego a su hermano, y
poniendo su mano en la mejilla de aquel le dijo suavemente: "No, hermano,
no puedo ir a Nuremberg. Es muy tarde para mí. Mira lo que cuatro años de
trabajo en las minas han hecho a mis manos. Cada hueso de mis manos se ha
roto al menos una vez, y últimamente la artritis en mi mano derecha ha
avanzado tanto que hasta me costó trabajo levantar la copa durante tu
brindis... mucho menos podría trabajar con delicadas líneas el compás o el
pergamino y no podría manejar la pluma ni el pincel. No, hermano... para mí
ya es tarde".

Albretch tomó de nuevo la palabra y mirando a los ojos a su hermano le
dijo: "Todo lo que soy te lo debo a tí. Por cuatro años pagaste mi
educación y ahora que es mi turno quiero que sepas que durante toda mi vida
yo me haré cargo de tí"

Mas de 450 años han pasado desde ese día. Los grabados, oleos, acuarelas,
tallas y demás obras de Albretch Durer pueden ser vistos en colecciones
particulares y en distintos museos alrededor de todo el mundo. Hoy en día
todavía existe en Nuremberg la Fundación Albretch Duren para los
incapacitados por la artritis.