Los zapatos

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Estaba un viejo sabio sentado en la orilla del camino, tranquilo, en paz, en perfecta armonía con la naturaleza y con su tiempo, cuando intempestivamente fue abordado por un joven e inquieto muchacho:

- ¡Ayúdame, Señor! Quiero adoptar una religión. Escuché a muchos predicadores de varias. Cada uno me presentó la suya de forma convincente como ¡La única y la verdadera! ¡Y ahora estoy lleno de dudas por no saber cuál escoger!¿Cuál es la que tu me recomiendas?

El viejo sabio respondió:

- ¡Hijo mío! Escoger una religión es como escoger zapatos para una dura y larga caminata. Vas calzando zapatos y andando, aquellos que mejor se acomoden a tus pies ¡Deben ser los escogidos!

Pero el impulsivo muchacho destacó:

- Pero Señor, ¡No quiero perder el tiempo probándome zapatos! ¡Dime cuáles usas tu y yo calzaré los mismos!

El sabio respondió:

- Hijo mío, ¡Yo ya aprendí a caminar descalzo! ¡Ya no uso zapatos!

El muchacho insistió:

- Entonces, Señor, ¡Enséñame a andar descalzo!

El anciano sabio lo orientó:

¡Claro, hijo mío! Para empezar, escoge tus zapatos y pon el pie en el camino. Gasta tu calzado, pero no envejezcas junto con él. Verás que se irá deshaciendo poco a poco, perdiendo importancia, mientras tus pies se irán fortaleciendo y suplantándolo en importancia. De repente, te vas a ver descalzo ¡Y sin ninguna necesidad de zapatos!

El Espíritu, hijo mío, solamente evoluciona, evoluciona y evoluciona, y por evolucionar es que no puede amarrarse a lo que limita ¡Así que no envejece! Es por eso que aquellos que se apegan exageradamente al cuerpo y/o a los zapatos, envejecen espiritualmente acompañando el envejecimiento del cuerpo y/o de los zapatos, caducando aún jóvenes, retardando su proceso evolutivo, mientras que otros nunca pierden la lucidez por más avanzada que sea la edad. Y no perder la lucidez es ejercitar la inteligencia, y no perder la inteligencia es ¡Evolucionar mientras estés vivo!