Los cinco defectos de Jesús

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Detenido en 1975 por su condición de obispo y encarcelado durante 13 años en las cárceles del Vietcong, nueve de ellos en completo aislamiento, en el año 2000 Juan Pablo II encarga a monseñor Van Thuan impartir los ejercicios espirituales de Cuaresma ante la curia vaticana.

Al comienzo de los mismos, monseñor Van Thuan relata cómo a pesar de las duras condiciones de su prisión, su esperanza inquebrantable en Jesús despierta la admiración e incomprensión de sus compañeros de prisión y guardianes. He aquí el admirable testimonio que dio sobre su seguimiento a Jesús.

En la prisión mis compañeros que no son católicos, quieren comprender «las razones de mi esperanza». Me preguntan amistosamente y con buena intención: «¿Por qué lo ha abandonado usted todo: familia, poder, riquezas, para seguir a Jesús? ¡Debe de haber un motivo muy especial! ». Por su parte, mis carceleros me preguntan: «¿Existe Dios verdaderamente? ¿Jesús? ¿Es una
superstición? ¿Es una invención de la clase opresora? ».

Así pues, hay que dar explicaciones de manera comprensible, no con la
terminología escolástica, sino con las palabras sencillas del
Evangelio.


Primer defecto: Jesús no tiene buena memoria

En la cruz, durante su agonía, Jesús oyó la voz del ladrón a su
derecha: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino» (Lc 23,
42). Si hubiera sido yo, le habría contestado: «No te olvidaré, pero
tus crímenes tienen que ser expiados, al menos, con 20 años de
purgatorio». Sin embargo Jesús le responde: «Te aseguro que hoy
estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 43). Él olvida todos los
pecados de aquel hombre.

Algo análogo sucede con la pecadora que derramó perfume en sus pies:
Jesús no le pregunta nada sobre su pasado escandaloso, sino que dice
simplemente: «Quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha
mostrado mucho amor» (Lc 7, 47).

La parábola del hijo pródigo nos cuenta que éste, de vuelta a la casa
paterna, prepara en su corazón lo que dirá: «Padre, pequé contra el
cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a
uno de tus jornaleros» (Lc 15, 1819). Pero cuando el padre lo ve
llegar de lejos, ya lo ha olvidado todo; corre a su encuentro, lo
abraza, no le deja tiempo para pronunciar su discurso, y dice a los
siervos, que están desconcertados: «Traed el mejor vestido y
vestidle, ponedle un anillo en la mano y unas sandalias en los pies.
Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta,
porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida; se había
perdido y ha sido hallado» (Lc 15, 22-24).

Jesús no tiene una memoria como la mía; no sólo perdona, y perdona a
todos, sino que incluso olvida que ha perdonado.


Segundo defecto: Jesús no sabe matemáticas

Si Jesús hubiera hecho un examen de matemáticas, quizá lo hubieran
suspendido. Lo demuestra la parábola de la oveja perdida. Un pastor
tenía cien ovejas. Una de ellas se descarría, y él, inmediatamente,
va a buscarla dejando las otras noventa y nueve en el redil. Cuando
la encuentra, carga a la pobre criatura sobre sus hombros (cf. Lc 15,
47).

Para Jesús, uno equivale a noventa y nueve, ¡y quizá incluso más!
¿Quién aceptaría esto? Pero su misericordia se extiende de generación
en generación...

Cuando se trata de salvar una oveja descarriada, Jesús no se deja
desanimar por ningún riesgo, por ningún esfuerzo. ¡Contemplemos sus
acciones llenas de compasión cuando se sienta junto al pozo de Jacob
y dialoga con la samaritana, o bien cuando quiere detenerse en casa
de Zaqueo! ¡Qué sencillez sin cálculo, qué amor por los pecadores!


Tercer defecto: Jesús no sabe de lógica

Una mujer que tiene diez dracmas pierde una. Entonces enciende la
lámpara para buscarla. Cuando la encuentra, llama a sus vecinas y les
dice: «Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había
perdido» (cf. Lc 15, 89).

¡Es realmente ilógico molestar a sus amigas sólo por una dracma! ¡Y
luego hacer una fiesta para celebrar el hallazgo! Y además, al
invitar a sus amigas ¡gasta más de una dracma! Ni diez dracmas serían
suficientes para cubrir los gastos...

Aquí podemos decir de verdad, con las palabras de Pascal, que «el
corazón tiene sus razones, que la razón no conoce»

Jesús, como conclusión de aquella parábola, desvela la extraña lógica
de su corazón: «Os digo que, del mismo modo, hay alegría entre los
ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta» (Lc 15, 10).


Cuarto defecto: Jesús es un aventurero

El responsable de publicidad de una compañía o el que se presenta
como candidato a las elecciones prepara un programa detallado, con
muchas promesas.

Nada semejante en Jesús. Su propaganda, si se juzga con ojos humanos,
está destinada al fracaso.

Él promete a quien lo sigue procesos y persecuciones. A sus
discípulos, que lo han dejado todo por él, no les asegura ni la
comida ni el alojamiento, sino sólo compartir su mismo modo de vida.

A un escriba deseoso de unirse a los suyos, le responde: «Las zorras
tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre
no tiene donde reclinar la cabeza» (Mt 8, 20).

El pasaje evangélico de las bienaventuranzas,
verdadero «autorretrato» de Jesús, aventurero del amor del Padre y de
los hermanos, es de principio a fin una paradoja, aunque estemos
acostumbrados a escucharlo:

«Bienaventurados los pobres de espíritu..., bienaventurados los que
lloran..., bienaventurados los perseguidos por... la justicia...,
bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con
mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y
regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos» (Mt
5, 312).

Pero los discípulos confiaban en aquel aventurero. Desde hace dos mil
años y hasta el fin del mundo no se agota el grupo de los que han
seguido a Jesús. Basta mirar a los santos de todos los tiempos.
Muchos de ellos forman parte de aquella bendita asociación de
aventureros. ¡Sin dirección, sin teléfono, sin fax...!


Quinto defecto: Jesús no entiende ni de finanzas ni de economía

Recordemos la parábola de los obreros de la viña: «El Reino de los
Cielos es semejante a un propietario que salió a primera hora de la
mañana a contratar obreros para su viña. Salió luego hacia las nueve
y hacia mediodía y hacia las tres y hacia las cinco.., y los envió a
sus viña». Al atardecer, empezando por los últimos y acabando por los
primeros, pagó un denario a cada uno (cf. Mt 20, 116).

Si Jesús fuera nombrado administrador de una comunidad o director de
empresa, esas instituciones quebrarían e irían a la bancarrota: ¿cómo
es posible pagar a quien empieza a trabajar a las cinco de la tarde
un salario igual al de quien trabaja desde el alba? ¿Se trata de un
despiste, o Jesús ha hecho mal las cuentas? ¡No! Lo hace a propósito,
porque -explica-: «¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero?
¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?».


Y nosotros hemos creído en el amor

Pero preguntémonos: ¿por qué Jesús tiene estos defectos? Porque es
Amor (cf. 1 Jn 4, 16). El amor auténtico no razona, no mide, no
levanta barreras, no calcula, no recuerda las ofensas y no pone
condiciones.

Jesús actúa siempre por amor. Del hogar de la Trinidad él nos ha
traído un amor grande, infinito, divino, un amor que llega -como
dicen los Padres- a la locura y pone en crisis nuestras medidas
humanas.

Cuando medito sobre este amor mi corazón se llena de felicidad y de
paz. Espero que al final de mi vida el Señor me reciba como al más
pequeño de los trabajadores de su viña, y yo cantaré su misericordia
por toda la eternidad, perennemente admirado de las maravillas que él
reserva a sus elegidos. Me alegraré de ver a Jesús con
sus «defectos», que son, gracias a Dios, incorregibles.


Los santos son expertos en este amor sin límites. A menudo en mi vida
he pedido a sor Faustina Kowalska que me haga comprender la
misericordia de Dios. Y cuando visité Paray-le-Monial, me
impresionaron las palabras que Jesús dijo a santa Margarita María
Alacoque: «Si crees, verás el poder de mi corazón».

Contemplemos juntos el misterio de este amor misericordioso