Los bueyes

Autor: Padre José Luis Hernando

 

 

Lo que tantas veces repetimos con estos bueyes tenemos que arar. Me invita hoy a decir algo sobre este noble animal. 

El buey tiene fama de ser lento, pero siempre es seguro y firme. Es fiel y es constante. Hay que dejarle que camine a su paso sin agitarle demasiado. Ellos se concentran en un esfuerzo, miran hacia la tierra con mimo y hasta la acarician con su aliento, agachando el testuz y avanzando a la par, parejos, apoyándose mutuamente. Caminan ciertamente con lentitud, como decimos vulgarmente, a paso de buey. Pero nunca se paran, nunca se quejan. Y caminarán sin prisa, pero sin pausa.


Y así, sigue todo el día el buey, aferrado al yugo, al arado, o a la carreta. Nunca solos, siempre acompañados. Son lentos hasta comiendo, pero saben digerir los alimentos rumiándolos al mismo tiempo que siguen trabajando. 


Los bueyes son callados, pacientes y muy equilibrados. Sé que para nuestro mundo, de poco o de nada sirven estos animales. Su lentitud, ciertamente que atrasa el avance y el progreso de cualquier agricultura. Pero me gusta pensar en ellos como símbolos de la constancia y de la firmeza que tanto nos falta a veces a los humanos.


Cuando las cosas no salen lo rápido que uno quiere, o cuando el éxito planeado no aparece por culpa de unos o de otros. Nos consolamos con decir, con estos bueyes tenemos que arar. Y lo decimos como una queja para superar una frustración. No creo que originariamente fuera éste el significado de tal expresión. Pienso que más bien se decía como muestra de aceptación. 
El campesino que dependía de sus bueyes, siempre iba más lento que los que dependían de sus mulos o caballos o tractores. Es verdad, pero al final, el trabajo de los bueyes quedaba hecho a conciencia, perfecto. 


Nosotros seguimos repitiendo, con estos bueyes tenemos que arar, por no decir otra cosa. Cuando las cosas no se hacen o se hacen a medias o muy mal o de mala gana. Por favor, por respeto al esfuerzo y la nobleza de este pobre animal llamado buey, no les comparemos con los humanos que por vaguería, irresponsabilidad y comodidad, nunca terminan lo que comienzan.


También hay otra expresión, “poner la carreta delante de los bueyes” y al decirla nos referimos al quien se precipita en sus proyectos, olvidándose de ser realista. Se adelanta tanto, que por olvidar los bueyes, se queda sólo con su carreta. Y ésta ni camina ni avanza. Tal vez en su prisa desprecia al buey y por ser lento, tal vez se siente tan autosuficiente y tan despierto, que se basta sólo y por eso también se queda sólo. No siempre se valora el trabajo hecho a conciencia, con fidelidad responsable, aunque aparentemente se vea lento.


Cuando la gente está preocupada por los resultados de las estadísticas y se olvidan de la vida y de la realidad a la que deben responder, yo pienso que se están olvidando de los bueyes, quedándose sólo con la carreta. 


Los bueyes fueron desapareciendo de la escena de los campos. Las carretas quedaron como motivo decorativo e inspiración de pintores y de artistas. Ahora preferimos lo rápido, lo instantáneo, todo tiene que ser al minuto. Y cuando no es así, la impaciencia nos hace precipitarnos. Ponemos la carreta por delante de los bueyes. Buscamos el éxito o los resultados del proyecto, sin poner a trabajar el esfuerzo, el talento, la reflexión, la constancia. 


Tenemos demasiadas carretas que corren sin freno, ni control delante de los bueyes, cuando el camino es cuesta abajo, fácil y sin problemas. Pero después, después se buscan los bueyes para el trabajo duro, pero éstos quedaron ya muy lejos. Prescindimos de ellos por culpa de nuestra precipitación. 


Un día visitando un país latinoamericano, me encontré con un Obispo que había nacido allá. Era Obispo de una diócesis grande, en la cual yo tenía un compañero Sacerdote que trabajaba o había trabajado allí por varios años. Enseguida le pregunté por este compañero mío. Y aquel Obispo muy inteligente, con un gran sentido del humor me definió a mi amigo de una forma muy original y muy cierta. 


Me dijo el Obispo, “Él es como uno de esos bueyes de vuestras tierras de Castilla”. Se clava al trabajo, mete el cuerpo y el alma en todo lo que planea y empieza. Sigue sin pestañear, sin cansarse, ni quejarse y al final, logra lo que se propone. Me gustó esta comparación tan clara y tan sincera del Obispo, porque conocía muy bien a mi compañero. 


Anteriormente, el mismo Obispo me había hablado casi llorando de la triste situación de su diócesis, con mucha gente, muchos problemas y poco clero. Con falta de entrega en unos y abundancia de cansancio en otros. Y al final se quiso consolar diciendo: “pero con estos bueyes tenemos que seguir arando”. 


Traté de corregirle la expresión o la plana, siguiendo en su onda de buen humor. Le dije, perdone señor Obispo, pero con bueyes como estos últimos es mejor que no are nada, porque va a cosechar muy poco. Con bueyes como el primero, del que usted me habló, es con los que podrá arar, sembrar y lograr una buena cosecha.


Pero el Obispo, inmediatamente me preguntó: ¿Y dónde están esos bueyes? Los del campo yo sé que ya se han ido, pero dónde haya constancia y entereza, allí se seguirá haciendo labor de buey.


Tengan todos mucha paz y mucho bien.