Las Manos

Autor: Padre José Luis Hernando

 

 

Paz y bien para todos.

Las manos siempre han tenido una gran importancia. Las manos han hecho posible las civilizaciones. Con ellas hemos fabricado maravillas: Escritura, pintura, escultura, arquitectura, las grandes catedrales que están diseminadas por todo el mundo cristiano.

La Biblia nos habla de la creación como obra de las manos de Dios, y cada vez que me pongo, por ejemplo, a escribir ó a dirigirme una conversación o en una charla, y contemplo mis manos, veo en esas palmas un campo repleto de misterios por los distintos surcos con que Dios dotó, y pienso que son como una geografía variada, nunca repetida, que está siempre afanosa por dar frutos a través de la pluma, o a través de la palabra que viene acompañada con las manos.

Con la palabra "mano", conjugamos toda clase de verbos, alargar, alzar, asentar, tender la mano. Se usa como signo de acierto y de habilidad ("tener buena mano), ó como expresión de exageración ("írsele la mano"), o como signo de dureza y de control ("con mano de hierro"), ó como expresión de suavidad ("de mano suave"). Al que no trabaja bien se le llama a veces "manasas", y al que es muy "handy", muy habilidoso, se le llama "manitas", gente sin cultura pero con apego al trabajo, te presentan sus manos y te dicen, "Esto es lo que tengo. Con mis manos y con mi salud, no tengo miedo. Echaré adelante." Y aquí se deduce que muchos llegaron a Estados Unidos con una mano atrás y otra adelante, pero con muchas ganas de trabajar y triunfaron; mientras otros andan con las manos metidas en los bolsillos, sin ganas de trabajar, opuestos a soltar de lo que tienen. Por eso, protegen con sus manos el bolsillo, sus dólares, o indiferentes a lo que pasa, de manera que no echan mano ni arriman el hombro para nada.

Al hablar de las manos, se me ocurre, pues, hacer la historia de mis manos tomando, mas o menos, las ideas de un famoso autor español que fue sacerdote también y, además, fue un gran escritor, novelista, poeta, gran orador. Me estoy refiriendo al padre José Luis Martín Descalzo. Y él comienza así este poema, tan lindo que lo leí muchas veces cuando todavía no era ni sacerdote, "Voy a contar la historia de mis manos. Es una historia tan bonita como el canto de un pájaro, tan sencilla como la hierba del campo."

"Cuando nací, mis manos eran chiquitas y regordetas. Lo agarraban todo, y casi todo lo rompían. Fui creciendo. Mis manos también crecían conmigo. Pero todavía era pequeño y necesitaba que los demás me ayudaran a salvar y hacer muchas cosas. Cuando mamá me daba la mano, ya no tenía miedo, y me sentía fuerte. Me gustaba mucho ir cogido de la mano grande de mi madre."

"Mis manos iban descubriendo el mundo y que bonito me parecía. Mis manos en el agua de los charcos, en el agua del mar, tocando la arena, recogiendo caracolas. Mis manos jugando con el barro. Una pelota en mis manos, o las canicas, o los soldados; siempre jugando, siempre. Después vino el colegio, y aprendí a escribir. Mis manos escribían sin descanso. Aquello era muy divertido. Emborroné muchísimas hojas. Aprendí a escribir con tinta, con la tiza, en la pizarra. Ya podía escribir cartas a mis hermanos que vivían lejos. Estaba contento con mis manos. Me servían para muchas cosas."

"El día de mi primera comunión fue todo blanco, blanco por fuera y blanco por dentro. Yo me sentía tan feliz que creí que iba a estallar de alegría, y quiero una fotografía con mi traje blanco, las manos juntas. Le pedí aquel día a Jesús estar siempre tan alegre como entonces."

"Fui creciendo. Me estiré mucho. Mis manos jugaban menos con el barro y escribían más. Tenía tanto que estudiar. Cada noche junto a la cama rezaba una oración que me inventé yo, 'Mi Capitán, quiero ser Tu soldado. Haz que sea valiente y que Te gane muchas batallas. Dime como he de hacerlo." Después, me dormía enseguida."

"Cuando tenía 16 años, mi Capitán me hizo comprender como podía ganar muchas batallas para Él, y yo seguía aquel camino. Jesús necesitaba mis manos para continuar curando el alma y bendiciendo la vida de todos los hombres. Yo no pude decirle que no, y me fui al seminario."

"Han pasado muchos años y todo me parece un sueño, ya soy sacerdote que es, como decir, soldado de Jesús, y de los valientes. Mis manos bendicen, bautizan, perdonan, acarician, consuelan, animan, fortalecen. Mis manos son poderosas. Tengo en mis manos, cada mañana, Cristo escondido en el pan redondo y en el vino del Cáliz. Y lo doy a todos para que coman, para que beban, para que se hagan fuertes."

"Yo no sé como dar gracias al Señor por lo que ha hecho conmigo. Yo no sé como darle gracias por lo que ha hecho con mis manos, aquellas manos de chiquillo que disfrutaban jugando con el barro." Esta es la historia de unas manos, las de un sacerdote llamado José Luis Martí Descalzo, la de otros muchos sacerdotes que nos podemos sentir identificados con la historia de sus manos. Las manos son algo precioso. Creo que, desde que se estableció, se renovó la costumbre de recibir la comunión en las manos. Me gusta ver, que sé yo, a ese niño que hace su primera comunión y pone sus manos como una especie de cuna, en la cual quiere que Dios nazca por primera vez. Y hace de sus manos una especie de Belén donde se celebra la Navidad, y con sus manos toma el cuerpo de Cristo para comerlo, para diferirlo, para alimentarse, para sentirse que ya sabe sentarse a la mesa con los mayores. Sentarse a la mesa de la cena del Señor para disfrutar de la comida que Cristo nos da, que es su propia comida, su propio cuerpo, su propia sangre. Creo que todos los miembros de nuestro cuerpo son dignos y son grandes, pero las manos son unos de los más delicados. Pregúntenselo a los cirujanos que tienen que hacer operaciones en las manos, y les dirán que es la operación, talvez más difícil, reconstruir una mano. El misterio de Dios que muestra en muchas formas y en distintos lugares. Pero talvez uno muy importante que es contemplar las manos misteriosas y bellas con que Dios nos ha dotado a cada uno de nosotros.

Tengan todos mucha paz y mucho bien.