La semilla del amor

Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD

 

 

El amor es tarea de gran envergadura. Desde los tiempos más remotos el hombre ha estado fascinado por esta emoción. Sus primeros balbuceos en el arte y la literatura están impregnados de amor.

No se puede hablar de amor sin haberlo sentido antes, pues el amor esta mejor expresado por tu mismo corazón cuando palpita tanto dentro de tu pecho, al oír la voz de quien amas o tan sólo ver su rostro, que te parece que el mundo entero puede escuchar sus latidos.

El amor se hace palpable en la sonrisa de una madre al acariciar a su bebé dormido, o cuando los ojos de un enamorado se llenan de luz al recordar a su amada, o cuando un hombre no duda de entregar toda su vida por un ideal.

Pero jamás lo ha expresado nadie de una forma tan sencilla y clara como Jesús. “No hay prueba de amor más grande que dar la vida” (Jn 15,13). El amor es tan indescifrable como Dios pues “Dios es Amor” (1 Jn 4,8)

Ésta es una verdad tan profunda y un concepto tan magnífico que se me ocurre comparar el misterio del amor a un inmenso glaciar que flota en el mar helado. Del glaciar sólo es visible su más pequeña porción que es la que asoma a la superficie, mientras su mayor parte queda oculta dentro de las frías aguas, y sólo profundizando mucho podríamos verlo en su totalidad.

Así es también nuestro conocimiento de Dios, del amor, de los otros y de nosotros mismos. Nuestro amor humano es el pedacito de Dios en nosotros que sale de vez en cuando a la superficie, pues muchas veces se nos oculta dentro del egoísmo.

Hay que bucear dentro de nuestros corazones y ahí encontraremos destellos de la inmensidad del Amor, o de Dios, que es lo mismo, como bien dice el apóstol Juan. Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. Él puso dentro de todos nosotros la semilla del amor y sólo somos felices cuando esa semilla germina.

Cuentan que Victor Hugo escribió a su novia esta carta: “El deseo de hacerme digno de ti me vuelve cada vez más severo en el juicio de mí mismo en la corrección de mis defectos. Si hasta ahora he sido capaz de mantenerme al margen de las desviaciones morales tan comunes en los jóvenes, ha sido porque estoy pensando siempre en ti. Este pensamiento y este recuerdo me protegen. De esta manera he conservado intactos los únicos bienes que hoy puedo ofrecerte: un cuerpo puro y un corazón virgen”.