La Crisis del Padre

Autor: Padre José Luis Hernando

 

 

Paz y bien para todos. 

Hay algunos pensadores modernos que, al examinar las crisis o problemas de nuestra sociedad, hablan de una crisis que está convirtiéndose en un verdadero drama y trauma para nuestra civilización. Ellos hablan, o llaman a esta crisis, "la muerte del padre". 

Y es que parece que van desapareciendo muchas cosas que rodeaban al padre en tiempos pasados. Parece que hoy, ya no cuentan esos valores paternales que durante siglos sirvieron de referencia, de respaldo vital para las anteriores generaciones. Hoy, hay muchos jóvenes que ya no creen en sus padres, y también, hay muchos padres que han perdido la ilusión o el coraje de serlo de verdad, a plenitud. 

Tal parece que una generación ha sido devorada, haciendo cierto aquello que decía el Padre Lombardi hace varios años: "Hoy los padres son en realidad abuelos de sus propios hijos." Es decir, los hijos ni los ven, ni los admiran, ni los buscan, ni los respetan, ni confían en ellos como padres. Más bien se sirven de ellos, los utilizan, o como mucho, les sobrellevan como si fueran sus abuelos. Sé que en algunos casos, esta descripción es exagerada. 

También sé que muchos infelices o ignorantes no se dan por aludidos, pensando que son los mejores padres del mundo, y no se dan cuenta que todo su mérito lo ponen en los caprichos que dan a sus hijos para que no les falte nada. Y, a veces, lo que más les falta, es la presencia, el tiempo, el amor, la dedicación, el sacrificio de ese padre que está dispuesto a complacerle en todos los caprichos, pero que no está preparado ni capacitado para educarle, dándole precisamente lo que es más difícil, su persona, su tiempo, y su amor.

No estoy hablando de una familia, de dos casos o de tres hogares. Quisiera que todos echásemos una mirada a la humanidad y nos diésemos cuenta de la ausencia de la figura del padre que existe hoy. Hay quien ha querido interpretar la buena acogida que ha tenido siempre el Papa Juan Pablo II, en todas partes donde llega. Y esta buena acogida la interpreta algún autor como el grito de nostalgia que siente la gente por un padre perdido, por una referencia firme y segura para orientar nuestra vida. Y, no cabe duda, que la personalidad del Papa, su firmeza, sus convicciones, hacen que las características de padre y de líder sean bien palpables en su persona. 

Y es que, al lado de la crisis, o al lado de la falta de padres, está el sentimiento de soledad que vive mucha gente. Una cosa está relacionada con la otra. Se tiene a veces la impresión de que vivimos en una sociedad de huérfanos. Hay reacciones en mucha gente que se parece enormemente a la reacción de los que han perdido a su padre en la primera infancia. Es la reacción del que se siente inseguro, arrastrando siempre una inestabilidad psicológica, todo lo cual les obliga a caminar por el mundo en búsqueda constante de personas o de cosas en las que puedan apoyarse. 

Es frecuente, por ejemplo, el caso de una jovencita, que, carente de la imagen de la presencia de un padre en su infancia, a la hora de enamorarse, casi siempre se enamora de alguien bastante mayor que ella, en lo que se ve la búsqueda de un compañero, pero casi inconscientemente, busca, o necesita también el padre que ella siempre necesitó, añoró, y que nunca tuvo. 

Por eso, repito, y pienso, que las gentes que admiran y miran confiadamente al Papa Juan Pablo II, ven en él las características más salientes que debe tener un padre. Se trata de una figura extraordinariamente masculina, da una tremenda impresión de energía y de responsabilidad, comunica una profunda carga de certeza que conforta, se le ve como un hombre que vive y vibra en su misión pastoral, incansable en su deseo de llegar a todos. No hay duda, que la vida del Papa es la mejor garantía de que cree lo que dice, y al mismo tiempo, convence de que está dispuesto a entregar su vida por servir, por defender lo que cree. Esto, más o menos, debe ser siempre un padre.

Es verdad que hay figuras preclaras y providenciales, como puede ser en este caso que estábamos hablando la persona del Papa Juan Pablo II. Pero, de él, todos, sacerdotes, padres de familia, todos, podemos aprender muchas cosas. Por eso, está bien recordar, al hablar de los padres, no solamente a los que son padres por una paternidad física, sino también a los que constantemente dan su vida de servicio, de dedicación, para una misión humana y divina. 

También son padres, porque son guías y dan seguridad a aquellos hijos que ellos guían. Y ahí podemos incluir a muchas personas, que tal vez nunca tuvieron un hijo, pero fueron maestros que educaron a los hijos de otros padres. Fueron sacerdotes que guiaron a los hijos de otras familias; fueron religiosos, fueron tantas personas, que, sin haber tenido la paternidad física, sin embargo, realizaron las virtudes y la misión de una extraordinaria paternidad. 

A propósito de lo que significa ser padre cristiano, es curioso el resultado de una encuesta que leí hace unos días. Analizando la asistencia a la iglesia, se ha demostrado que los hijos acuden en un porcentaje del 72 % cuando ven que sus padres, ambos, sus padres, ambos, el papá y la mamá, asisten regularmente a la iglesia. ¡El 72 %! Alguien dirá: No es éste mi caso. Vamos los dos a misa y nuestros hijos no quieren ir. No todo coincide con la estadística, pero, generalmente, estas estadísticas son bastante acertadas. 72 % acuden cuando ambos padres también acuden a la iglesia. 

Pero, fíjense la diferencia: cuando, la que asiste a la iglesia solamente es la madre, y en muchos casos, esto es muy corriente entre nosotros los latinos, sobre todo, cuando es la madre la que solamente asiste a la iglesia, entonces, solamente el 15 % de los hijos, se mantienen fieles a la práctica religiosa. Y no me dirán que esa madre cristiana, ferviente, practicante, está luchando pues inútilmente, porque no tiene el apoyo del esposo y del padre, y las consecuencias, a veces, no son tan agradables como aparentemente se toman a la ligera.

Como en todas las encuestas, repito, o estadísticas, pues, hay sus excepciones, pero no me negarán que la crisis de la presencia del padre se nota profundamente en los valores cristianos. Por favor, padres que me escuchan en este momento, dejen a un lado teorías machistas o caprichos, o comodidad. Si son cristianos, si se autodenominan católicos, ¡no empiecen a decir que son católicos a su manera para que sus hijos sean a su realísima manera, y para que la tercera generación acabe por no ser ni a su manera, porque ya no van a ser católicos! Si son católicos, ¡séanlo de verdad! 

No como tantas veces oímos gente alardeando de que no es católico de los que se creen que van a la iglesia, sino que él es "a su manera" y es mejor que los que van o los que dejan de ir. Por favor, piensen la diferencia entre el 72 % y el 15 %. No dejen las cosas de la religión en manos de la madre. Den ejemplo a sus hijos. Acudan a la iglesia con ellos. Siempre juntos, que juntos verán los frutos de su esfuerzo, o el mejor del convencimiento, y el mejor de los frutos es el convencimiento de su fe.

La cosa es seria, y el mal que pueden producir es terrible. Les dejo con esa frase que a veces habrán oído muchas veces: "La familia que reza unida, se mantiene unida", aunque los niños, a veces, vayan a disgusto a la iglesia. Qué ejemplo más tremendo, y qué recuerdo, que nunca se les va a borrar, es ver, que la familia siempre se mantuvo unida, porque el origen, la fuente, y la base de su unión, estaba en la oración, en la asistencia concreta, en este caso, a celebrar la misa los domingos.

Tengan todos mucha paz y mucho bien.