Hijo de su padre

Autor: José Zorrilla

Libro: Recuerdos del tiempo viejo

 

El presbítero Nebreda era un hombre alto, enjuto y vigoroso. Comprendí yo que vacilaba en exponerme el asunto desagradable que conmigo venia a tratar. Para ahorrarle el trabajo tendí mi juego sobre la mesa diciéndole: “estoy dispuesto a aceptar, sin discusión y sin restricción, todos los compromisos contraídos en vida por mi difunto padre. Tienda usted, pues, sus cartas como yo tiendo las mías, y nos ahorraremos tiempo y palabras.”

Su fisonomía dejó claramente traslucir el asombro que le causaba mi franca declaración; y ¡Dios se lo perdone!, temiendo aún una emboscada de este mal discípulo de los jesuitas, me dijo:

- Permítame usted que le entere de lo que se trata.
- Se trata de la honra de mi padre, y yo, ni en vida ni después de su muerte, me creo con derecho a juzgar sus acciones; las acepto todas como buenas, y toda responsabilidad que por ellas me quepa. Yo no sé de mi padre sino que soy su hijo, y entre mi padre y yo, no acepto más juez que Dios.

Viniéronsele a Nebreda las lágrimas a los ojos: convirtieron mis palabras en amigo sincero al desconfiado acreedor; y, tendiéndome los brazos, exclamó conmovido:

- Veo que sé yo más que usted de su señor padre y sus asuntos...
- ¿Cuánto debe mi padre a la Indiana de Covarrubias, de quien es usted administrador?
- Tanto... y con esta escritura que quizá...
- Su escritura de usted es buena para mí.
- Está hecha.
- Pues ya que no somos acreedor y deudor, hablemos como amigos y quédese usted unos días de huésped mío.

Aceptó el bravo presbítero mi invitación, y entramos en pormenores.