Espiritualidad de la cruz

Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD 

 

 

        – Señor, decía un cristiano, yo sé que cargar una cruz es parte de la vida, pero la que yo tengo es demasiado pesada. Si pudiera escoger la mía, escogería una más aparente que la que llevo en la actualidad.

            Finalmente, el hombre escogió una, la puso sobre sus hombros, dio unos cuantos pasos y dijo:

            – Señor, ésta es la cruz para mí. ¿Ves? No es muy pesada, tiene el tamaño apropiado, ha sido convenientemente preparada y no tiene nudos que me lastimen los hombros. Me gustaría tener esta cruz porque siento que es la más apropiada para mí.

            El Señor sonrió y le respondió:

– Me alegro de que hayas encontrado una que te satisfaga plenamente…

            Rara vez la cruz agrada y se acomoda a la persona. En el momento en que no pesa ni resulta incómoda, deja de ser cruz.

Aceptar la cruz nos cuesta a todos. Hasta el mismo Cristo pidió ayuda al Padre. Sin embargo, él la acepta. Las últimas palabras que pronunció crucificado son para nosotros espíritu y vida:

            • “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46). A pesar de que el Padre no obra milagros para salvarle (Mt 26,53-54), Jesús sigue creyendo en su amor, no pierde la confianza y se arroja en sus brazos. Y Jesús fue escuchado y acogido.

            “Mujer, ahí tienes a tu hijo... Hijo, ahí tienes a tu madre” (Jn 19,26-27). Si Jesús se preocupa del ladrón arrepentido, también se preocupa de su madre. La encomienda al “discípulo amado”. María es madre espiritual de todos los creyentes y sigue de cerca unida a los apóstoles (Hch 1,14).

            • “Tengo sed” (Jn 19,28). Uno de los tormentos del crucificado era la sed. Jesús tenía, además, hambre y sed de justicia.

            • “Todo está cumplido” (Jn 19,30). Jesús viene a hacer la voluntad de Dios (Hb 10,7); ésta es su alimento (Jn 4,34). Había cumplido su misión: “Yo te he glorificado en la tierra llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar” (Jn 17,4).

            La cruz de Cristo indica el camino que debe seguir el cristiano en la lucha contra el pecado para instaurar el Reino de Dios. Están íntimamente relacionadas la gracia de la salvación de Cristo y la tarea humana. La lucha por un mundo mejor reviste forma de cruz animada por la esperanza cristiana de resucitar como Jesús. La confianza del cristiano descansa en la misericordia de Dios.

            La muerte de Cristo fue aparentemente un “fracaso”. Igualmente tenemos hoy muchas cruces y muertes que son “fracasos”... Sin embargo, sigue siendo necesario que el cristiano pase por el mismo trance que pasó Jesús, pues “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda el sólo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12,24).

            La cruz y el Crucificado son presentados por Pablo no como sufrimiento que hay que soportar con paciencia, sino como “fuerza y sabiduría de Dios” (1 Co 1,23-25). Muerte de cruz y resurrección forman una unidad inseparable: el Resucitado es el Crucificado. Es esencial al Resucitado el escándalo de la cruz (Gá 5,11).