El reflejo del agua

Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD 

 

 

Estaba caminando Francisco preocupado por las luchas que mantenía Clara para poder practicar la pobreza evangélica, cuando se encontró con un pozo de agua clara y fresca. Y allí, en el agua, vio el rostro de Clara tan puro, tan brillante, que todas sus dudas se disiparon.

El agua refleja la claridad y pureza que llevamos dentro. El agua reflejaba la pureza de Clara, porque ésta llevaba muy dentro a Dios. A través de la oración encontró el tesoro de su corazón: Cristo. ¿Cuál fue el rostro de esta mujer?

            Clara quiere decir luz, transparencia, fulgor, sinceridad, verdad, simplicidad y alegría. Una mujer que hacía transparente a Dios.

            Clara da gracias a Dios por haberla creado con amor “a la hora exacta”. Su preocupación fue la de vivir el Evangelio con autenticidad y radicalidad. Si Celano afirma de San Francisco que “no era tanto un hombre de oración, sino la oración hecha hombre”, igual podemos afirmar de Clara.

            Mercedes Fernández nos dice que en el camino orante de Santa Clara aparecen tres puntos de neta experiencia:

– Guardar el corazón para “orar siempre con un corazón puro”. Se debe guardar puro el corazón para defensa del “espíritu de oración y devoción”.

– Su “hambre de Dios”, un gran deseo ardiente del Señor. El deseo de poseer al Señor permite a Clara pasar largos tiempos de oración. “Nada deseemos, dice, nada queramos, nada nos agrade y deleite, sino sólo Dios, bien total”.

– Una “mirada continua” de la mente y del corazón hacia Dios. Clara invita a mirar, a contemplar al Señor, para imitarle y transformarnos en Él. Todo el pensamiento, la mirada y el corazón de esta mujer están fijos en Cristo: “Mira diariamente a este espejo”. “Ama totalmente, dice a Inés, al que totalmente entregó su vida por ti”.

            La oración, pues, es cuestión de corazón, de “un corazón enamorado que ama y se sabe amado”. Clara, ya muriéndose, habla a su alma: “Vete, porque aquél que te creó, te santificó y te guardó siempre como una madre a su hijo pequeño, te ha amado con amor tierno”.

            “Loado seas, mi Señor,

            por nuestra hermana Clara,

            que, joven, rica y noble,

            se abrazó por tu amor a la pobreza santa...

            Loado seas, mi Señor,

            porque enseñó de su vida  y su palabra

            a ser lo que quería:

            tu hija, tu madre, tu esposa y tu hermana.

            Loado seas, mi Señor,

            porque te amó en tu cruz hasta las lágrimas,

            y, orándote, hasta el éxtasis

            y hasta el temblor, de asombro, si te comulgaba”.

(Liturgia de las Horas)