El hábito no hace al monje

Autor: Padre Matías Castaño.

 

     Esta sentencia popular contiene aplicaciones innumerables de mucho calado. El hábito no hace al monje, ni la mitra al obispo, ni el rito al cristiano, ni el carnet del partido al socio, ni el ir descamisado al socialista, ni las estrellas al general, ni la metralleta al valiente, ni el capirote al cofrade, ni el traje de luces al torero, ni la bici al campeón, ni la bata blanca al médico, ni la borla al doctor, ni el premio Nóbel al sabio, ni el ordenador al erudito, ni el pincel y la paleta al artista, ni la sangre al mártir, ni la aureola al santo... 
Sólo el loco y el fanático son capaces de vestirse de Napoleón y creerse el mayor genio de la guerra.  Y haberlos, ‘ los hay’. 
    ¡La autenticidad no está en lo externo sino dentro de la persona!    
    Jesucristo se encontró con un movimiento religioso de los puros (los fariseos) que, en su gran mayoría, cayeron en esta necedad y practicaban una profusa religiosidad externa hasta el escrúpulo; se ‘blanquearon por fuera’, pero su interior estaba lleno de podredumbre. Y tan conscientes eran de su negativa a convertirse que odiaron a muerte al que exigía, para comenzar, conversión y limpieza interior y no pararon hasta enmudecer su boca en el Calvario. Es la tentación de lo fácil tan en sintonía con nuestras tendencias naturales y, por ello, tan peligrosa.  Lo fácil y lo nulo es colgarse lo externo; lo auténtico, aunque difícil, es despojarse del egoísmo instintivo y optar por el amor universal sin más límites que nuestras propias debilidades a corregir progresivamente sin cesar en la tarea.  
   El hábito no hace al monje, pero el monje sí hace al hábito; el hábito sólo es auténtico cuando está en sintonía con el interior de la persona. Lo que vale para todos los casos y aplicaciones del  proverbio.      
   Contaba a una buena amistad el percance del testimonial y admirable obispo Casaldáguila, de Brasil (español –catalán- de origen), tan odiado por los explotadores y opresores terratenientes de su diócesis y tan expuesto a la muerte dictada por éstos. Casaldáguila viste exactamente igual que sus feligreses de extrema pobreza, pantalones, camisa y alpargatas; un día le acompañaba el P. jesuita,  Joao Bosco,  que le fue a visitar e iba bien vestido; le acompañó  a proteger con su presencia a un poblado de indígenas de la brutalidad de unos matones; uno de ellos pensó que el obispo era el bien vestido y disparó contra él y lo mató. La persona que me escuchaba este relato me advirtió: El traje no hace al monje. Nunca lo había pensado y en aquel momento se me encendió una luz y repliqué: Es verdad, pero el monje auténtico sí hace al traje.
   Lo externo sólo no basta y se convierte en pura máscara engañosa quizá para el que se la pone. Pero lo interno auténtico da vida a lo externo y lo convierte en punto de apoyo para sí y en estímulo para los demás.