El carnet de los cristianos

Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD 

 

 

Una joven de la antigua Yugoslavia fue violada. Se propuso hacer lo imposible para romper la cadena de odio que destruía su país... “Al hijo que espero, decía, le enseñaré solamente a amar. Mi hijo, nacido de la violencia, será testigo de que la única grandeza que honra a la persona es la del perdón”.  

Dios es amor y ama alocadamente a cada uno de los seres humanos. Quien no ha experimentado ese amor, no puede creerlo y tampoco puede amar. Quien lo ha descubierto como fuente de vida, no puede por menos de dedicar su vida al Amor. Y quien ama de veras a Dios es capaz de amar cordialmente a todos los hombres. Quien no ama a Dios, no pensará más que en sí mismo.

Amar a Dios no resta fuerza para dedicarse a los demás, porque cuanto “más amamos a Dios, más amaremos a nuestros semejantes. Y amando a nuestros semejantes es como se aprende a amar a Dios” (Charles de Foucauld). Ocurre, también, que quien ama a los otros, está más cerca del mismo Dios, pues “nunca están los seres humanos más cerca de Dios que cuando se emplean en salvar a sus semejantes” (Cicerón). El amor a Dios y al prójimo son dos caras de la misma moneda. “Los dos amores de Dios y del prójimo son dos partes de un todo, dos anillos de una misma cadena, dos actos procedentes de una misma virtud, pero inspirados por una única caridad” (San Gregorio Magno).

 Amar a Dios debe llevar al compromiso con el hermano. ¡Con qué amor, con qué respeto, con qué alegría, con qué deseo de hacer el mayor bien posible! El amor lleva a la compasión y al compromiso.

            El amor es el distintivo de los cristianos. No han de llevar otro carnet en el corazón. “El amor no se detiene en los defectos; trata de excusarlos, si no puede dejar de verlos; ruega para que desaparezcan, si no puede excusarlos; aparta de ellos sus ojos para pensar en las bellezas, en las cualidades del ser amado y en sus propios defectos por los que se humilla... Cuando uno ama, se encuentra tan pequeño, tan humilde ante lo que ama, se encuentra tan miserable y tan pobre y encuentra a lo que ama tan perfecto y tan bello... Si encontramos a nuestro prójimo defectuoso y a nosotros mismos buenos, lloremos sobre nosotros, porque estamos muy abajo, somos orgullosos y ciegos... Lloremos, lloremos sobre nosotros (Charles de Foucauld).

 El amor debe ser universal: a todos, a los de cualquier raza y credo, a los amigos y enemigos. La razón fundamental por la que debemos amar está expresada en las palabras de Jesús: “Amad a vuestros enemigos… a fin de que podáis ser llamados hijos de vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,44-48).

Estamos llamados a esta difícil tarea con el fin de realizar una relación única con Dios: por medio del amor esta potencialidad se actualiza. Debemos amar a nuestros enemigos, porque sólo amándolos podremos conocer a Dios y experimentar la belleza de su santidad… No habrá solución permanente al problema racial hasta que los oprimidos no desarrollen la capacidad de amar a sus enemigos. Éstas fueron las ideas de Martín Luther King, quien con su vida trató de sembrar el amor y hacer desaparecer todas las barreras. “Si alguno de ustedes me sobrevive, sepa que no quiero un funeral solemne. Y si saben quién pronunciará mi oración fúnebre, díganle que sea breve, que no recuerde que recibí el Nobel de la Paz: eso no tiene importancia. Que el orador diga que Martín Luther King dio su vida por servir a los hombres. Que diga que intenté ser honrado, que trabajé por quitar el hambre a los que están necesitados. Que diga que fui un clarín de la justicia, un clarín por la paz, un clarín por las cosas que creía justas”.