El camino y las Escrituras: Cleofás y su amigo

Autor: Padre Mamerto Menapace  OSB

Libro: Camino de Emaús, con fe y esperanza, Editorial Patria Grande, Buenos Aires.

(autorizada la reproducción por la Editora Patria Grande)

 

Era en el atardecer de un domingo. Cleofás sentía el alma atorada de tristeza. El fracaso de su esperanza le dolía por dentro y o se animó a hacer solo ese camino que lo llevaría de regreso a su pueblito.

Por eso fue a invitar a su amigo para que lo acompañara a Emaús.

La soledad del camino

también indigesta el alma;

sólo devuelve la calma

sentirse con una amigo.

Ya no tenían nada que esperar en Jerusalén. Ellos se habían puesto en camino detrás de Jesús, el de Nazaret, esperando que fuera él quien liberaría a su pueblo.

Pero ya hacía tres días que lo habían matado; y en esa muerte había sucumbido también la esperanza de ellos. Estaban realmente desanimados. Por eso volvían a su pueblo en un triste regreso, conversando entre sí de todo lo que había pasado. Pero por más vueltas que le daban al asunto, no le encontraban sentido a todo lo que había sucedido aquellos días en Jerusalén.

Y en ese pasar y repasar los sucesos, por momentos la bronca se adueñaba de sus razones y la conversación se volvía discusión.

Y así, sin saberlo, iban creciendo hasta ese momento que el Señor esperaba para intervenir. El momento en que la bronca sube al corazón del desanimado, y convierte su desánimo en desesperación.

Porque el Señor Dios sabe muy bien que es casi imposible hacer nacer la esperanza en el corazón de un desanimado. El desanimado ya no encuentra más motivos para seguir luchando. Y a través de la bronca el Señor Dios lo quiere conducir, haciéndolo crecer hasta la desesperación.

La desesperación es el carecer de esperanza, es el necesitarla urgentemente. La desesperación es combativa, inquieta, busca apasionadamente: discute. Y el Señor Dios sabe que la esperanza más auténtica es la que nace de la desesperación superada.

En la misma huella

Y sin embargo en el amanecer de ese mismo día que ahora atardecía, el Señor había resucitado. Jesús de Nazaret estaba vivo y glorioso. Sin que ellos hubieran hecho nada para que ellos sucediera, Dios Padre había resucitado a Jesús.

Precisamente eso que los dos amigos creían haber perdido definitivamente, la persona de Jesús, ya estaba resucitada y tenía todo poder en el cielo y en la tierra. Tenía incluso el poder de devolverles a ellos la alegría y el sentido de sus vidas y la fuerza para jugarla detrás de un ideal que iba a conquistar el mundo entero. Alguien tenía en sus manos la respuesta que ellos desesperadamente buscaban sin creer ya que la podrían encontrar.

Pero Jesús necesitaba que estos dos hombres llegaran hasta esas crisis de su esperanza. Quería que esos dos amigos recorrieran juntos ese camino de atardecer hasta el fondo de su negrura, para encontrarse con ellos precisamente allí.

Porque Jesús ya los acompañaba y les escuchaba sus discusiones y sus broncas; sus porqué sin respuesta, y sus silencios cargados de tristeza. El mismo les había oscurecido la mirada para que no lo reconocieran, porque necesitaba que la noche les dilatara las pupilas para aprender a caminar en la fe rescatando la luz que hay en toda la noche.

Mientras ellos conversaban y discutían el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos. Pero sus ojos estaban retenidos para que no lo conocieran.

Y Jesús les pregunto:

- ¿De qué discuten mientras van caminando?

Nosotros esperábamos

El Señor Dios a veces necesita hacerse el ingenuo, el que nada sabe de nuestras amarguras y desilusiones, para animarnos a que iniciemos con el diálogo a través del cual quiere darnos la respuesta que nosotros nunca lograríamos encontrar mediante nuestro solo esfuerzo.

Pero se hace necesario que nos animemos abrirle la amargura de nuestro corazón, aunque no sea mas para decirle con reproche:

- ¿Es que vos soy el único que no sabe lo que está pasando?

Y el Señor Dos sigue con su juego de hacerse el ingenuo:

- ¡Que! ¿Qué cosa?

- Lo de Jesús de Nazaret. El que suscitó tantas esperanzas, que ahora están hechas trizas. Nosotros esperábamos que fuera él quien liberaría a nuestro pueblo. Pero lo han liquidado; y ya van para tres días que todo terminó.

Cierto: hay unas mujeres que nos han venido con el cuento de que la tumba está vacía, y de que no sé qué ángeles les comentaron que él estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron a fijarse, y realmente encontraron la tumba vacía: pero lo que es a Jesús, no lo vieron.

Los dos amigos largan de un tirón el carozo de su mascada. En el fondo son siempre las dos mismas cuestiones fundamentales que acompañan a toda desesperación. Por un lado la tumba vacía, que no prueba nada, pero que deja con la espina. En todo caso quita la posibilidad de descartar el problema. Porque casi siempre el Señor prepara su diálogo con nosotros obligándonos a aceptar la tumba vacía. Quitándonos la seguridad de algo.

¡Cuántas veces no es la tumba vacía, sino el vacío que uno siente en la vida, aquello que nos obliga a entrar en diálogo con el Señor Dios, aunque más no sea que para dirigirle nuestro reproche!

Pero por otro lado, la tumba vacía no es ningún argumento. Ellos quisiera ver algo: quisieran verlo al Señor. Ya Felipe le había dicho a Jesús en la última Cena:

- Mostrarnos al Padre, y eso nos alcanza.

Nosotros también quisiéramos ver a Dios. Nos parece que con eso se nos acabarían todos los problemas de fe y de esperanza.

Y sin embargo, el Señor Dios no piensa lo mismo.

El camino de las Escrituras

Porque el actuar del Señor Dios no tiene nada de dulzón ni novelero. Dios toma las cosas en serio.

Porque es el único que toma el hombre en serio. Jesús no quiere regalarles una respuesta que los consuele. Quiere que ellos descubran la verdad de los sucesos para que se animen a corajear un camino.

Comienza por reprocharles:

- ¡Pucha que son torpes para entender todo lo que dijeron los profetas! ¿No se dan cuenta de que era necesario que sucediera todo esto, que Cristo padeciera, para entrar así en su gloria?

Y entonces empezó a explicarles las Escrituras. Y arrancando por el principio, allá por los tiempos viejos, fue recorriendo con ellos todos aquellos personajes a quienes Dios embretó por los senderos de la fe arreándolos detrás de una esperanza. La palabra del Señor Jesús fue haciendo desfilar ante sus ojos las figuras de los grandes patriarcas, y de todos aquellos hombres y mujeres, jóvenes y viejos, a quienes les tocó caminar por esta misma senda antes que a nosotros.

Junto a Cleofás y a su amigo, el Señor Jesús nos invita también hoy a nosotros a recorrer este mismo sendero de Emaús con una fe esperanzada que quiere ir creciendo a medida que nuestros ojos se abran y que nuestro corazón comience a arder, al ir entendiendo el sentido profundo del actuar del Señor Dios en la historia de nuestro pueblo.