El ayudante

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Toda la gente quería ver al gran maestro. No tanto por lo que enseñaba, sino porque se decía que hacía milagros. E1 maestro recorría los pueblos con un ayudante que siempre cargaba sus cosas y los días de gran calor, lo abanicaba sin parar, mientras él recibía gente y decía que, por su intermedio, Dios iba a conceder lo que pidieran, porque él siempre era escuchado.

Pasó el tiempo, y el maestro murió; fue al cielo y al sentarse a la gran mesa del Banquete Eterno, le ofrecieron un lugar muy alejado del Señor; apenas podía ver a Dios desde allí y encima, el lugar estaba lleno de gente.

Cerca del Señor estaba su Madre María, y junto a ella, había un asiento vacío, que había estado así durante muchos años.

Un día llegó un viejecito encorvado, que se fue a ubicar en los últimos lugares y permaneció en silencio. A1 entrar, María comenzó a mirar hacia todos lados y pasando entre la gente llegó hasta donde estaba el viejito, lo tomó de la mano y lo condujo hasta el asiento desocupado. Cuando pasó a su lado, el maestro lo miró a los ojos y reconoció en él a su ex ayudante.

Se quedó asombrado y sin entender, con la boca abierta.

María, como toda mamá, se dio cuenta de lo que pasaba y se acercó a él. - Querido hijo - dijo con infinita dulzura - todo lo que tú le enseñaste a los hombres fue muy importante, pero, mientras tú dormías, llegaba desde la tierra la súplica de tu ayudante pidiendo para que se cumplieran todos tus deseos, y esa era la voz que Dios escuchaba.