Dios esta adentro

Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD

 

 

Un niño preguntó a un escultor: “Señor, ¿cómo sabía que había un león en el mármol?”. El escultor contestó: “Porque, antes de ver el león en el mármol, lo había visto en mi corazón”.

Hay una unión grande entre el corazón y los ojos. Vemos lo que hay dentro. Tiene que haber perfecta unidad, oración contemplativa, para poder ver a Dios, para llegar a ser uno con Él.

            Jesús dice que todo lo que hace el Padre lo hace también el Hijo (Jn 5,19). No hay separación entre ellos: “Somos uno” (Jn 17,22); no hay división del trabajo: “El Padre ama al Hijo y ha puesto en sus manos todas las cosas” (Jn 3,35); no hay competencia: “Os he dado a conocer todo lo que oído a mi Padre” (Jn 15,15); no hay envidia: “El Hijo no puede hacer nada por su cuenta; hace únicamente lo que ve hacer al Padre” (Jn 5,19).

Hay una perfecta unidad entre el Padre y el Hijo. Esta unidad está en el núcleo del mensaje de Jesús: “Creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí” (Jn 14,11).

Dios quiere que formemos una unidad con Él. Desde la eternidad estamos escondidos “al amparo de la mano de Dios” y “tatuados en su palma” (Is 49,2.16). Dios nos ama antes que ninguna otra persona. Nos ama con un amor “primero” (1 Jn 4,19), un amor ilimitado e incondicional. Quiere que seamos sus hijos amados y nos dice que seamos tan cariñosos como Él.

Para descubrir al Dios que está dentro de nosotros, debemos orar constantemente. Pablo escribe a los cristianos de Tesalónica: “Orad constantemente. En todo dad gracias a Dios pues esto es lo que Él espera de vosotros” (1 Ts 5,17-18). Pablo no sólo demanda una oración incesante, sino que la practica: “Constantemente damos gracias a Dios por vosotros” (1 Ts 2,13; 2 Ts 1,3.11; Rm 1,9).

Uno de los ejemplos más conocidos del deseo de oración incesante es el del peregrino ruso. Un día encontró un hombre santo que le enseñó la oración de Jesús. Le dijo que repitiera mil veces cada día: “Señor Jesús, ten piedad de mí”. De esta forma, la oración de Jesús, poco a poco, se unió a su respiración y al latido de su corazón.

Orar acentúa el encuentro con Dios. Y al percatarnos de que Dios vive en nosotros, podremos verlo en todo lo demás.