Diez mandamientos para el político

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1. Amarás a Dios sobre todos los seres, y pondrás en el centro de tu vocación a la persona humana. No es tu partido ni los intereses de tu grupo los que debes defender, sino la esperanza del ciudadano anónimo, del más debilitado por la injusticia, del más pequeño de todos. Ahí, en su miseria, se esconde la grandeza de Cristo. Recuerda que el Papa Pío XI declaró al campo de la política como el campo de la más «vasta caridad».

2. No tomarás ni el nombre de Dios ni el de la política en vano. Pero no te engañes: no basta ocuparte en decir bellos discursos, convincentes promesas. De lo que se trata aquí es de ir al fondo de tu vocación para amar sin reservas al prójimo y no usarlo como escalón para tu propia gloria. El poder que tienes viene de Dios y del ciudadano que se expresó (esperamos que libremente) en las urnas. Tienes dos amos: no lo defraudes por un plato de lentejas.

3. Acuérdate de que eres humano y que debes santificar las fiestas, así como descansar. En especial el domingo, día en el que recordarás quién es el que te creó y el verdaderamente poderoso. En cuanto al descanso, he de decirte que una jornada de 16 horas mata a cualquiera (y elimina cualquier rasgo de sensibilidad). Que nadie te presione. Los asuntos de Estado pueden llegar al lunes. Hasta Dios mismo descansó. ¿Te crees más importante que Él?

4. Honrarás a toda tu familia y a ella le dedicarás no el tiempo que te sobre sino el que le haga falta. Tus hijos son tu único testimonio válido. Debes serle fiel, como tu fidelidad sin cortapisas ha de ser el tesoro de tu matrimonio. Hay muchos a tu alrededor que se jactan de tener doble o triple vida. Pobres, no saben lo que se hunden. No saben, los ignorantes, que el que traiciona en la intimidad termina por traicionar al pueblo.

5. No matarás, desde luego. Pero matar significa también calumniar al otro, llenarlo de injurias hasta aniquilarlo. En tu profesión hay miles que matan con la lengua. Tú mismo puedes llegar a sentirte tan poderoso que... La vida humana es sagrada: desde la concepción hasta la muerte natural. No caigas en tentación de manifestar tu poder sobre el poder de Dios. Respétala en lo material y en lo espiritual: el mal nunca se combate con el mal.

6. No cometerás adulterio ni te debilitarás haciéndote esclavo de la busca (infinita, por cierto) del placer. Debes ser, como pedía Camus, duro, tierno, lúcido. Solamente el dominio de sí mismo le da al hombre capacidad de mostrar a los otros el camino. Acuérdate de que eres guía, de que te debes labrar la carne y la sangre en el sacrificio y la renuncia. Sé un caballero de la fe: que tu renuncia sea camino de perfección.

7. No usarás los bienes de la gente a tu beneficio. Es decir, no puedes desviar ni un centavo a nada que no tenga al bien común como divisa. Robar parecería la especialidad de muchos de tu gremio. Pero cada vez que esto ocurre –que, desgraciadamente, es a menudo–, le estás quitando el futuro a un prójimo, probablemente a uno que confió en ti para poder alimentar a su familia. También se roba cuando se toma lo de todos como si no fuera de todos...

8. No mentirás. ¡Qué difícil, dado que en tu profesión nunca falta el consejero que te habrá de susurrar al oído: «miente, miente, que algo queda»! No queda nada. La mentira política es un balazo al corazón de la sociedad. Te dará «ganancias» en el corto plazo; pero, a la larga, te encadenará a más mentiras. Eres hijo de la verdad, y los hijos de la verdad se atienen a ella: aunque no salgan en la primeras planas de los diarios.

9. No desearás más que el bien de tu prójimo. Desearle el mal, quitarle lo que es suyo (incluida la buena fama) es cálculo egoísta, y tú elegiste la vocación de la entrega amorosa, del servicio sin reparos a los otros. Tampoco desearás otro puesto más que el que tienes: allí te puedes desarrollar al máximo: no te pases la vida «esperando la grande». Cuando llegue –si a Dios place– te encontrará solo, desmadejado moralmente, sin fuerza para el amor.

10. Desear bienes ajenos es poner en demasiado poca estima tu corazón. Jesús decía que donde está tu tesoro ahí está tu corazón. ¿Dónde lo tienes? ¿En las casas, los ranchos, las haciendas y los coches, o en el hombre que sufre? Si es en el primero, qué poquita cosa eres. Si en lo segundo, qué hombre tan de veras, qué ser humano tan elogiable. Los hombres mueren, las obras perduran. Sé el que será recordado por la limpieza de sus obras, por su caridad.