Desde el cansancio...

Autor: Dolores Aleixandre 

 

De pie en el metro abarrotado, con doce interminables estaciones por delante. Arrastrando el carro de la compra escalera arriba (cuarto piso sin ascensor).

Detrás del mostrador, o delante del ordenador, o junto a la pizarra de la clase, hartos de clientas pesadísimas, ciudadanos impertinentísimos o niños inquietísimos (y yo con la cabeza a punto de explotar...)

De noche, sentada en una silla metálica junto a la cama del abuelo, internado por tercera vez en dos meses por la cosa de los bronquios. 

Detecto mi cansancio, trato de no rechazarlo. Está aquí, conmigo, pesando sobre mí. Trato de respirar despacio, de tomar una pequeña distancia, de despegarme de mi propia fatiga, de abrir un espacio a otra Presencia. 

Leo o recuerdo: "Jesús, cansado del camino, se sentó junto al pozo. Era mediodía" (Jn 4,6) Le miro tan derrotado como yo, y encima el calor y la sed. Me siento yo también en el brocal del pozo o en el bordillo de la acera junto a él. No tengo ganas de decir nada y a lo mejor a él le pasa lo mismo. Estamos en silencio, comunicándonos sin palabras por qué estamos tan agotados. Quizá le oigo decir con timidez: "Cuando estés muy cansada o con agobio, vente aquí y lo pasamos juntos. Es lo que hago yo con mi Padre y no sé bien cómo, pero estar con él me descansa." 

Me habla de gente que conoce desde hace tiempo, gente importante y famosa, de la que sale en la Biblia, amigos suyos al parecer, que todo el mundo piensa que eran muy fuertes y muy resistentes, pero que de vez en cuando no podían más y se querían morir, de puro cansados: un tal Moisés que se quejaba mucho a Dios porque llevaba detrás un pueblo muy pesado y a ratos le presentaba la dimisión y le decía: "Si lo sé, no vengo" (al desierto, claro), y cosas parecidas (Num 11,11_15). Pero a pesar de todo, no le fallaba nunca a la cita, y eso que era en lo alto del Sinaí y no estaba ya para muchos trotes... 

Le hablo yo también de conocidos míos que andan peor que yo: un compañero de oficina que tiene a su suegra en casa con Alzhymer y no les deja pegar ojo por las noches. Una amiga de toda la vida con un hijo drogata que ha dejado cinco veces los programas de rehabilitación y la familia está al borde de la locura. Gente que he visto en una exposición de fotografías de Sebastiao Salgado trabajando en una mina de oro de Brasil en condiciones estremecedoras. 

Nos quedamos callados otra vez. El me sugiere que pongamos todo ese cansancio entre las manos del Padre, que reclinemos la cabeza en su regazo, como en esa escultura en que Adán descansa la cabeza sobre el regazo de su Creador que tiene puesta la mano sobre su cabeza. Lo hago y me quedo dormida un ratito. 

Me despierto y sigo cansada, pero es distinto. Vuelvo a respirar hondo. Gracias. Hasta mañana