Un alma de pobre

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Danos, Señor, un alma de pobre lo suficiente audaz
      para dejar, como Abraham,
      nuestra propia tierra, los ídolos del propio hogar,
      toda la familia e, incluso, si Tú lo pides,
      el hijo sobre el altar,
      a fin de caminar a la luz de una Fe que atraviesa montañas.

     Danos un alma de pobre suficientemente contemplativa
     para escuchar, como el pequeño Samuel, una y otra vez tu voz.
     Suficiente humilde para levantarse, una vez y otra,
     diciendo con corazón atento: ya voy, Señor.

     Un alma de  pobre lo suficiente desprendida
     para avanzar de campamento en campamento
sin cansarse,
     para vivir provisionalmente en una tienda
sin instalarse,
     para comer un maná
que cada día cae de tu mano.

     Un alma tan pobre que sea capaz de competir contigo
     por 10 justos de una ciudad,
     capaz de contemplarte cara a cara
 
     quedándole el rostro iluminado.
     Y, con simplicidad y alegría franca,
     capaz de BAILAR DELANTE DEL ARCA.