Cuento para pensar

Autor: Domingos Monteiro

Libro: Antología del cuento portugués

 

- ¿Qué desea?
- Quiero hablar con el señor. Fue él quien me mandó llamar.
- ¿Ha venido por algún anuncio, ¿no?
- Sí, un anuncio que me reclamaba.
- ¿Y quién le digo al señor que es?
- Dígale que es Nuestro Señor Jesucristo.

La mujer se alejó dejando la puerta entreabierta. El hombre oyó el ruido de pasos en el corredor y después golpear una puerta.

- Hay aquí un hombre que quiere hablar con usted.
- ¿Quién es?
- Dice que es Nuestro Señor Jesucristo.
- No lo conozco... Ay, ya sé... espere... dígale que pase.

- ¿Ha venido usted por el anuncio en el que pedía un modelo para el Cristo de mi alegoría ‘Nuestro Señor ha vuelto al mundo’?
- Sí, señor.
- ¿Y usted, con ese pelo cortado a cepillo, la barba rapada, cree que se ajusta a lo que pido? ¿O se piensa que basta con tener hambre, el rostro escuálido y los ojos lánguidos y soñadores? ¿Lo ha traído solamente la necesidad o qué? ¡Pedazo de idiota! ¿Por qué se rapó la cabeza y se cortó la barba?
- No he sido yo, han sido ellos.
- ¿Ellos? ¿Quiénes?
- Los guardianes. Me prendieron. Me dijeron que yo era un vagabundo. Me raparon la cabeza y me cortaron la barba. Y me dijeron que si volvían a prenderme, me mandaban no sé adónde. Fue entonces cuando un compañero me dijo que usted quería hablar con Nuestro Señor Jesucristo. Por eso he venido.
- ¿Y por qué había de venir usted?
- Porque... ¿Sabe?... Yo soy él.
- ¿Qué? ¿Qué usted es el propio Nuestro Señor Jesucristo?
- Lo soy aunque no me crea. Ya me ocurrió la otra vez. En Judea también me creyeron muy pocos. Por eso me prendieron y me crucificaron. Pero ya los he perdonado. Y le he pedido a mi Padre que me deje volver.
- Cuente...
- Mi Padre no quería dejar que viniese. “No, Hijo Mío -me dijo él- es inútil, como ya lo fue en la otra ocasión. Y esta vez te tratarán peor. En vez de clavarte en una cruz tendrás que arrastrarla toda tu vida. Sufrirás la tortura del hambre y de la cárcel. No, no lo permito.” Pero yo le expliqué: “La culpa es tuya, Padre, porque me hiciste nacer sin pecado, no me dejaste correr los riesgos de los demás hombres y me diste el poder de hacer milagros. Si no me sentían igual a ellos, ¿cómo habría de redimirlos?”
- ¿Y tu Madre? ¿Y Nuestra Señora?
- Nuestra Señora se limitó a llorar como todas las madres cuando ven partir a un hijo hacia una aventura peligrosa. Pero no me descorazonó sino que, por el contrario, me dijo: “¡Ve, Hijo, es tu obligación! Una tarea debe llevarse hasta el final, y tú te has quedado a medio camino. ¡Estaré siempre a tu lado!”

El pintor se alejó en silencio y comenzó a pintar. Cuando acabó su trabajo y alzó los ojos del cuadro, no vio a nadie.