Cuando era joven...
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"Cuando era joven, me dolía el corazón por la violencia e injusticia de este
mundo. Quería con toda mi alma darle un sentido profundo a mi existencia.
Quería que al morir, mi vida hubiera servido para marcar una diferencia en
este mundo, aunque tuviera que pagar un precio muy alto para hacerlo.
Por eso mi oración era:
- "Señor, dame la fuerza y la sabiduría para que mi vida contribuya a
mejorar la adversa situación de este mundo"
Después, siendo un hombre ya maduro, me di cuenta que no había podido
cambiar nada, que el mundo continuaba igual o peor. Estaba frustrado porque
me sentía impotente, entonces modifiqué mi oración de la siguiente manera:
- "Señor, ya que no pude cambiar el mundo, dame la fuerza y la sabiduría
para ayudar a cambiar a mi familia y a mis cercanos"
Ahora que soy un anciano, me doy cuenta de lo estúpido y arrogante que fui
al tratar de cambiar a los demás. En mi infancia me enseñaron que todos mis
problemas eran culpa de otros, que mi felicidad y mi progreso no dependían
de mí. ¡Cuán equivocados estaban!
Como derroché mi vida fijándome en los errores de los que me rodeaban,
culpando a los otros de mis problemas, en vez de enfocarme en reconocer y
corregir mis propios errores, mi oración ahora es:
- "Señor, dame la fuerza y la sabiduría para aprender a ver y a reconocer
mis errores, para utilizar mi fuerza y mi poder personal, para ser cada día
alguien que sabe crecer y elegir la acción constructiva en vez de la queja"
¿Cuán diferentes serían nuestras vidas, si la energía que hemos gastado en
culpar a los demás de nuestros problemas, la hubiéramos empleado en
resolverlos? Poco puedes hacer para cambiar al resto y mucho para cambiar
tú mismo.
Perdóname Señor;
Todo lo poco que soy, yo te lo ofrezco. La frase de amor que no dije, los
besos que dejé se me murieran. La palabra que negué al que sufría. La mano
que no tendí al que lloraba. Lo que yo pude salvar y se ha perdido lo pongo
en tus manos inmensas pidiendo perdón.