Cristo es nuestra esperanza

Autor: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD 

 

 

Dios se revela en la historia como el Dios de la esperanza (Rm 15,13), porque hay muchas señales de esperanza en medio de toda clase de dificultades. Junto con esta experiencia está la del Dios liberador, que se preocupa de los seres humanos y busca liberarlos, suscitando anhelos de salvación liberadora en nuestros pueblos. Cuando en una sociedad muere la esperanza, la vida de las personas no tiene sentido; falta empuje y entusiasmo, todo va perdiendo fuerza y calor. No son pocos los que, aún llamándose cristianos, viven “extraños a las alianzas de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Ef 2,12). Una sociedad desesperanzada carece de metas, es pasiva y vive en busca de la seguridad. 

La confianza en Dios y en su fidelidad, la fe en sus promesas son las que garantizan la realidad de este futuro (Hb 11,1) y permiten por lo menos entrever sus maravillas. Fe, confianza, esperanza y amor son, pues, diferentes aspectos de una actitud espiritual compleja, pero una. Las promesas de Dios revelaron poco a poco a su pueblo el esplendor de este porvenir, que no será una realidad de este mundo, sino “una patria mejor, es decir, celestial” (Hb 11,16): “la vida eterna”, en la que el hombre será “semejante a Dios”.

Cristo es nuestra esperanza (1 Tm 1,1), el que esperó y vivió la tensión de la esperanza. Desde tal esperanza aprendemos a creer en Dios y descubrir el sentido de las cosas. Toda la fuerza de nuestra esperanza se basa en su vuelta (Hch 1,11).

            Nuestra esperanza se funda en la resurrección de Jesucristo. “Esperar contra toda esperanza” nace del resucitado por Dios. Él ha sido “el primer resucitado de entre los muertos” (Col 1,18). La resurrección de Jesús es garantía de la nuestra. “Dios que resucitó al Señor, también nos resucitará a nosotros por su fuerza” (1 Co 6,14). El Dios Amor (1 Jn 4,8) es para el cristiano “el Dios de la esperanza” (Rm 15,13). Dios se ha manifestado a favor nuestro, por lo que hay motivos para tener confianza, “una esperanza mejor” (Hb 7,19). Cuando esperamos contra toda esperanza somos testigos de lo gratuito.

Esperamos un “cielo nuevo” y una “tierra nueva” (Ap 21,1). La esperanza cristiana no es pasiva, es pasión por lo nuevo y camino eficaz del futuro. Éste se proyecta confiado en Dios, pero con la colaboración de todos los humanos. La esperanza de la Iglesia es gozosa (Rm 12,12), incluso en el sufrimiento (1 P 4, 13), pues la gloria que se espera es tan grande (2 Co 4,17) que repercute ya en el presente (1 P 1,8s). Esta esperanza engendra sobriedad (1 Ts 5,8; 1 P 4,7) y conversión (Tt 2,12). A los discípulos desesperanzados y temerosos Jesús les repetía: “No se turbe vuestro corazón” (Jn 14,1), porque volveré y os alegraréis (Jn 16,22).

            La inseguridad, la rutina, el aislamiento, los altibajos que sufrimos nos ponen tristes y éstos, algunas veces, nos llevan a la desesperanza. Cuando aumentan las dificultades hay que reafirmar: Creemos en la esperanza que alimenta nuestro caminar.