Como vivir en un desierto

Autor:  Padre Ignacio Larrañaga

 

La Plegaria es:
La oración es silencio para escuchar a Dios. A ese Dios que nos habla siempre en la vida, en los hombres, en los acontecimientos, y en el corazón. Sobre todo es escuchar a Dios en su Palabra. Y especialmente en su Palabra hecha hombre: Jesucristo.

Lo esencial de la oración es la presencia del Señor. El está. El no falla. El no se ausenta. Yo sí, me ausento, me voy, circulo y paseo... pero El ya sabe y está. En cuanto vuelvo, pienso en El, le miro, percibo que está. Esta seguridad es la que, a pesar de mis muchas limitaciones, y también dificultades... y maldades (¿por qué ocultarlo?) me ha hecho permanecer y me hará permanecer. Lo espero, con su gracia. Lo esencial es su presencia, callada o elocuente.

Cuando me ausento, sé que él me espera. Cuando me porto "a mi estilo" enseguida percibo que no puedo hacer oración. Pero en cuanto lo reconozco, le pido perdón a El y al hermano que ofendí e inmediatamente siento su perdón y su paz.

Lo esencial también es ser arcilla blanda y dócil que el Padre vaya modelando con la calidez y ternura de sus amorosas manos. Que me vaya modelando a imagen de su Hijo. Que, al percibir sus manos amorosas, mi respuesta sea de docilidad a su voluntad, sea de sentirme pobre y abandonado en sus manos.

Lo importante de la oración es la fe. Rezo porque no lo veo. Cuando por la Misericordia de Dios lo vea, lo veré tal cual es y gozaré mirando. Pero ahora, creo, sufro, me siento a esperar, clamo desde lo más profundo. Hay que encontrar el hilo conductor con el que la Providencia amorosa de Dios lo va llevando todo. Por esto... rara vez lo veo mientras vivo los acontecimientos, sino después que pasaron.

¿qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿qué interés se te sigue Jesús mío,
que a mi puerta cubierto de rocío,
pasas la noche de invierno a oscuras?
Oh, cuanto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! Que extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
Cuántas veces el ángel me decía:
Alma, asómate ahora a la ventana
verás con cuanto amor porfía!
Y cuánta hermosura soberana,
Mañana le abriremos, respondía,
para lo mismo responder, mañana.
(Lope de Vega)

Toda oración ha de ser, al mismo tiempo un abandono total. Un hacernos obedientes a Cristo. Un darle todo nuestro amor y ofrecerle lo que somos y tenemos.

Vivir la gratuidad del amor, gratuidad para recibir y también para dar. El contemplativo es aquel que siempre tiene la plegaria en el pensamiento, en los labios o en su corazón. Y puede reconocer esta presencia de la oración en su vida, porque su corazón es acogedor, sin rencor, y de sus labios sólo salen palabras fraternas, amables, de paz... o palabras fuertes de defensa de la fidelidad al Señor o del amor a los Hermanos.