Buen y mal humor

Autor: José Manuel Rodríguez

 

 

Santa Teresa de Jesús decía que no hay buen humor que salga del infierno. Es
que el humor sano brota de una comprensión profunda de la vida y las
contradicciones que encontramos en nosotros mismos y en los demás. Es una
forma de elevarse con sencillez sobre los problemas que enfrentamos
cotidianamente. El buen humor parte de una mirada aguda a la realidad
humana, una mirada comprensiva y solidaria que nos ayuda a ser mejores. Se
distingue entonces por sus frutos. Tiene algo de ironía pero no de ofensa,
tiene algo de absurdo pero no destruye el sentido. 

Es todo lo opuesto a una mirada grave y pesada de la existencia. No en vano
el bien humorado Chesterton decía que el demonio cayó del cielo por la fuerza
de la gravedad. Si uno se aproxima con un aire demasiado grave a sus propias
miserias termina en la desesperación. Allí está la sencilla recomendación de
San Felipe Neri, “el santo de la alegría”: “sean buenos si pueden”.

Otra cosa es el malhumor disfrazado del que tanta prensa escrita y tanta
televisión hace gala. No encuentras más que amargura y sátira sin solución.
Cuando veo algunos programas de opinión o de “humor”, cuando leo algunos
columnistas locales y limeños me encuentro tanto talento desperdiciado en lo
estéril que rezo por el cambio de su corazón.

Se les adivina soberbios, implacables y amargos, no contentos con nada. No
les faltan razones lo que les sobra es tristeza y desánimo. No me sumo a un
visión rosa de la vida o a toda esa monserga de “pastillas para levantar la
moral” que la mayor parte de las veces son tóxicas por ser lugares comunes
sin sustancia. No, me refiero a la responsabilidad que tenemos los que de
alguna manera ponemos nuestras ideas en los medios de sembrar respuestas en
vez de dudas, la responsabilidad de descubrir y transmitir el sólido
realismo de la esperanza.

Imagino un mundo como el de esta mañana.