Aprende a ser feliz

Autor: José L. Martín Descalzo

 

Me parece que la primera cosa que tendríamos que enseñar a todo ser humano que llega a la adolescencia, es que los humanos no nacemos ni felices ni infelices, sino que aprendemos a ser una cosa u otra y que en gran parte, depende de nuestra elección el que nos llegue la felicidad o la desgracia.

Que no es cierto, como muchos piensan, que la dicha puede encontrarse como se encuentra en la calle una moneda o que puede tocar como la lotería, sino que se construye, ladrillo a ladrillo, como una casa.

Habría que enseñarles también, que la felicidad nunca es completa en este mundo, pero que, aun así, hay razones más que suficientes de alegría para llenar una vida de jugo y entusiasmo y que una de las claves está precisamente en no renunciar o ignorar los trozos de felicidad que poseemos, por pasarnos la vida soñando o esperando la felicidad entera.

Sería también necesario decirles que no existen "recetas" para la felicidad, porque, en primer lugar, no existe una sola, sino muchas felicidades y que cada ser debe construir la suya propia, que puede ser muy diferente a la de sus vecinos. Y porque, en segundo lugar, una de las claves para ser felices está en descubrir "qué" clase de felicidad es la mía propia.

Añadir además que, aunque no hay recetas infalibles, sí hay una serie de caminos por los que con certeza se puede caminar hacia ella. A mí se me ocurren, así de repente unas cuantas:

- Valorar y reforzar las fuerzas positivas de nuestra alma. Descubrir y disfrutar de todo lo bueno que tenemos. No tener que esperar a encontrarnos con un ciego para enterarnos de lo importante y hermoso que son nuestros ojos. No necesitar conocer a un sordo para descubrir la maravilla de oír. Sacar jugo al gozo de que nuestras manos se muevan sin que sea preciso para este descubrimiento ver las manos muertas de un paralítico.

- Asumir después serenamente las partes negativas o deficitarias de nuestra existencia. No encerrarnos masoquísticamente en nuestros dolores. No magnificar las pequeñas cosas que nos faltan. No sufrir por temores o sueños de posibles desgracias que probablemente nunca nos llegarán.

- Vivir abiertos al prójimo. Pensar que es preferible que nos engañen cuatro o cinco veces que pasarnos la vida desconfiando de los demás. Tratar de comprenderles y aceptarles tal como son, distintos a nosotros. Pero buscar también en todos más lo que nos une que lo que nos separa, más aquello en lo que coincidimos que en lo que discrepamos. Ceder siempre que no sean valores esenciales. No confundir los valores esenciales con nuestro egoísmo.

- Tener un gran ideal, algo en qué centrar nuestra existencia y hacia lo que dirigir lo mejor de nuestras energías. Caminar hacia él incesantemente, aunque sea con algunos retrocesos. Aceptar la lenta maduración de todas las cosas, comenzando por nuestra propia alma. Aspirar siempre a más, pero no a demasiado más. Dar cada día un paso. No confiar en los golpes de la fortuna.

- Creer descaradamente en el bien. Tener la confianza en que a la larga -y a veces muy a la larga- terminará siempre por imponerse. No angustiarse si otros avanzan aparentemente más deprisa por caminos torcidos. Creer en la también lenta eficacia del amor. Saber esperar.

- En el amor, preocuparse más por amar que por ser amados. Tener un alma siempre joven y, por lo tanto, siempre abierta a nuevas experiencias. Estar siempre dispuestos a revisar nuestras propias ideas pero no cambiar fácilmente. Decidir no morirse mientras estemos vivos.

- Elegir, si se puede, un trabajo que nos guste. Y si esto es imposible, tratar de amar el trabajo que tenemos, encontrando en él sus aspectos positivos. Revisar constantemente nuestra escala de valores. Cuidar que el dinero no se apodere de nuestro corazón, pues es un ídolo difícil de arrancar de él cuando nos ha hecho sus esclavos. Descubrir que la amistad, la belleza de la naturaleza, los placeres artísticos y muchos otros valores son infinitamente más rentables que lo crematísticos.

- Descubrir que Dios es alegre, que una religiosidad que atenaza o estrecha el alma no puede ser la verdadera, porque Dios es el Dios de la vida o es un ídolo.

- Procurar sonreír con ganas o sin ellas. Estar seguros de que el hombre es capaz de superar muchos dolores, mucho más de lo que el mismo hombre sospecha.

- La lista podría ser más larga. Pero creo que, tal vez, esas pocas lecciones podrían servir para iniciar el estudio de la asignatura más importante de nuestra carrera de seres humanos: la construcción de nuestra felicidad.