Abrir caminos...

Autor: Sor Alegría Maria del Pilar op+

 

 

En el desierto no hay caminos que lleven a alguna parte, se hace inmensa soledad, cae el desaliento ante el azote del viento polvoriento que nos sacude, la falta de recursos vitales nos pone ante la realidad de lo que esencialmente quiere el corazón y el alma, Dios como única salida de acogernos en la fragilidad más cruda y jamás experimentada. 

     El adviento es conveniente amigos míos, tomarse unos días en algún lugar o monasterio que nos introduzca en la soledad real para hacer un sincero análisis  de nuestras vidas y  encontrar ese espacio silencioso donde Dios y el alma se miran “Cara a Cara”; puede producir en nosotros una sensación angustiosa de desierto: sufrimiento, inseguridad, palpación dolorosa hasta del gran silencio de Dios, incluso pesadumbre por nuestra incapacidad para el asombro ante la presencia salvadora de Dios.

    Reconocimiento de lo que somos (vulnerabilidad) pero también de esos tesoros que Dios pone en nuestra inteligencia personal, esa alegría y paz que el deseo de Dios produce.  Es la “conciencia de desierto” (Isaías).

    Es el anuncio de Juan “en el desierto”, ámbito necesario para el encuentro con el Dios Salvador; “Comienza la Buena Noticia de Jesucristo el Hijo de Dios”.   El Señor llega con fuerza, Llega el encuentro definitivo de Dios con los hombres prefigurado ya en el Éxodo  de Israel hacia la tierra prometida, en su retorno del destierro siglos después.

    El Señor viene abrir un camino de libertad. Ahora es cuando adquiere pleno sentido la reunión del rebaño por la mano de Dios, el tierno gesto de llevar los corderos en brazos, el cuidado de las madres.

Ahora es cuando el pueblo de Dios siente a fondo la consolación, una vez cumplida la esclavitud y pagadas las culpas.

   La consecuencia lógica de esta presentación tan atractiva del Dios que perdona y reconcilia es la conversión de los hombres y mujeres.

    Debe cambiar a la orientación de nuestras vidas con relación a Él.  Es lo que espera el Señor de nosotros con mucha paciencia, aunque algunos piensen erróneamente que el cumplimiento de su promesa tarda en llegar como advierte Pedro en su segunda carta. 

   El bautismo habrá de ser un sello imborrable que garantice la alianza entre el hombre que se compromete a una nueva vida y Dios cumple su promesa de Salvación conduciendo sus pasos.

    Nuestra Madre, pasa por esta situación de silencio, soledad y la espera la lleva a contemplar las situaciones incomprendidas por las que pasan ellos como familia creyente.   Cada persona debe descubrir su camino de humanización a través de una interioridad que la guía el Espíritu Santo.   Y, siguiendo al Buen Pastor entregarnos a sí mismo por el Evangelio del Reino, ahondado en la donación y en la santidad de vida, incluso hasta el momento supremo del martirio, si fuere necesario.   Es un desafío que a los creyentes nos urge siendo testigos pobres y desarmados colaborando con el proyecto de Dios.

   No os hablo ahora de la profunda alegría que produce el Abandono y el seguimiento en su Palabra Hecha Carne, es preciso centrarnos en la liturgia que nos introduce en la reflexión, en despojarnos de esas hojarascas que se nos pegan en el camino que nos impiden ver, contemplar, admirar, volar libres hacia el Amor.

   Cuando era novicia no entendía cómo no podía  en mi ardor fervoroso palpar a Dios, sentirle vivamente….después fui descubriendo que Él me estaba iluminando a mi ritmo para despojarme de todo, hasta de mis fervores sensibles, de mis sueños absurdos para entregarme totalmente a Él; me constó lágrimas, tensión que al final  me dejé hacer por Él.

  En el corazón del ser humano ha escrito Dios una ley de vida, de verdad y de bondad, una ley de libertad que resuena en nuestras “conciencia” de personas.    La gloria de Dios es que el hombre viva, sea libre y feliz.  Somos “imagen”, hijos de Dios, también toda inteligencia, razón humana tiene su fuente en Dios; nosotros los creyentes debemos influenciar para poner a Dios en la cultura de muerte que a veces con dolor vemos.    Con el amor todo cambia, y es con amor como debemos responder a nuestro Creador como su Hijo amado.

 

  “Quiero concluir con esto, que siempre que se piense en Cristo, nos acordamos del amor con que nos hizo tantas mercedes, y cuán grande nos le mostró Dios en darnos tal prenda del que nos tiene; que amor saca amor”(Santa Teresa de Jesús, Vida, cap. 22).