He aquí a Dios

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Un día, Grecia reunió a sus artistas para obtener de su genio una imagen digna de sus adoraciones. Se encargó dicho cometido a Fidias.
Tomó Fidias el cincel y esculpió uno de aquellos de sus mármoles famosos, que parecían respirar ya antes de que la mano del escultor lo hubiese tocado.
Le dio luz, pensamiento, gloria... Y cuando Grecia levantó el velo que cubría a Júpiter Olímpico, exclamó con voz emocionada y unánime: “¡He aquí a Dios!”.