El árbol de la Cruz

Autor:  Padre Guillermo Ortiz SJ.

 

 

Cuando una rama o un gajo se rompe, se corta y se cae, tarde o temprano se muere porque deja de estar unido a su fuente de vida. Jesús usa este ejemplo para hablarnos de la vida que puede o no fluir en nuestro interior: ‘El gajo no puede dar fruto si no permanece unido a la planta. Yo soy la vid, ustedes los gajos...’ Juan 15 

Pero también está lo del injerto. En el injerto se ata el gajo o la ramita a una planta fuerte y con vida, y el gajo no se muere porque empieza a recibir la sabia de la planta viva. Para eso hay que romper la planta viva; hay que hacerle una herida hasta lo más hondo, allí por donde pasa la sabia, para que el gajo ‘prenda’, como dicen en el campo. Y ese gajo formará con la planta un solo árbol aunque de frutos propios. 

Eso es la cruz y la muerte de Jesús. La cruz de Jesús y su muerte son un misterio muy grande, pero sus llagas son los huecos del árbol donde nosotros somos injertados para recibir el perdón y la vida nueva de Dios, para dar frutos abundantes de amor y de perdón. 

Si miramos a Jesús crucificado; si dejamos que Jesús nos toque en los sacramentos, que nos perdone, nos sane y nos llene de la vida en el Espíritu de Amor Santo, entonces, somos injertados en el cuerpo mismo de Jesús. Y Jesús resucita de entre los muertos, y vive para siempre dándonos Vida con el bautismo, la confesión, la misa y todos los sacramentos. 

‘En sus llagas somos curados’ (Isaías 53,5) dicen los escritos sagrados. Y es así. 

Jesús, deja que nos injertemos en tus llagas para vivir tu vida de resucitado. 


Fuente: Reflexiones 21, Misión Jesuita Multimedia - Compańía de Jesús - Argentina