Por ella estoy vivo
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Cada día, por encima del muro alto y duro, aparecía el rostro sonriente de una mujer. El hombre estaba allí, esperando recibir aquella sonrisa, el pan de su fuerza y de su esperanza… También él sonreía. Luego, aquel rostro desaparecía tras el muro de separación. Y entonces él volvía a prolongar su espera hasta el día siguiente.
Cuando un misionero lo sorprendió, le dijo: “Antes de que me trajeran aquí, ella me cuidaba a ocultas, con todo lo que podía encontrar. Cierto día, un hechicero le había dado una pomada y ella me untaba toda la cara cada día, toda la cara menos un rincón, un trocito pequeño, lo justo para poder besarme allí. Pero fue inútil. Entonces me trajeron acá. Ella me ha seguido. Pero cada día vuelvo a verla, y así sé por ella que estoy vivo”.