Romperé la cadena del odio
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El Diario Ya , español, contaba en julio de 1995 el testimonio de una monja que fue violada en la
antigua Yugoslavia. Lucía, joven religiosa, sufrió, como otros miles de mujeres, la barbarie de la
violación. Sabía que el Señor estaba a su lado.
Un día escribió a la Madre Superiora: “Le escribo, madre, no para recibir consuelo, sino para que me
ayude a dar gracias a Dios por haberme asociado a millares de compatriotas mías ofendidas en el
honor, y a aceptar la maternidad no deseada.
Mi hijo, me iré con mi hijo. No sé a dónde, pero Dios, que ha roto de improviso mi mayor alegría, me
indicará el camino para cumplir su voluntad. Seré pobre, retomaré el viejo delantal y me pondré los
zuecos que usan las mujeres en los días de trabajo e iré con mi madre a recoger resina de los pinos
de nuestros grandes bosques…
Haré lo imposible por romper la cadena de odio que destruye nuestro país…
Al hijo que espero le enseñaré solamente a amar. Mi hijo, nacido de la violencia, será testigo de
que la única grandeza que honra a la persona es la del perdón”.