Vio morir al hijo amado

Autor:  Padre Guillermo Ortiz SJ.

 

 

Una madre que está presente en el momento de la ejecución de su hijo es la imagen viva de la compasión y el sufrimiento. La ternura, el conocimiento, el cariño, la esperanza que una madre lleva en el corazón por el hijo que latió en sus propias entrañas, desnudan el daño y la crueldad del egoísmo y la injusticia humana.
María de Nazaret está presente en la ejecución de su Hijo con el aura atravesada por la espada del sufrimiento y el dolor.

¡Oh, qué triste y qué afligida se vio la madre bendita de tantos tormentos llena. Cuando triste contemplaba y dolorosa miraba del Hijo amado la pena.
Al monte de los crucificados le faltaría algo esencial sin la mujer y sin la madre.
Sin las entrañas de amor, comprensión, misericordia y ternura de la mujeres y de las madres no hay redención completa para el hombre.
La fortaleza y la fidelidad de la mujer en el dolor y la pena, forman parte de su capacidad de dar vida. Gracias a esta fidelidad extrema, por estar donde crece y agoniza el pulso de la vida, por el mismo hueco del dolor, se cuela en el alma la luz mansa en la resurrección.
Jesús premia la fidelidad de la mujer. Las mujeres fieles hasta la tumba fueron las primeras en ser testigos de la resurrección frente a los mismos apóstoles dispersados por el miedo y la confusión. Y dice San Ignacio de Loyola que debemos suponer que a la primera a la que se le presentó Jesús resucitado fue a su santa Madre.
La vida plena, la vida del resucitado tiene también su espacio en las entrañas de compasión y ternura de la mujer.


Fuente: Reflexiones 21, Misión Jesuita Multimedia - Compañía de Jesús - Argentina