En la intemperie del desierto 

Autor:  Padre Guillermo Ortiz SJ.

 

 

El desierto no es un lugar para quedarse, porque no hay nada. Mucho calor de día. Mucho frío de noche.

El desierto de Judea se encuentra al Este de Jerusalén. Es una gran franja de unos 100 kilómetros de Norte a Sur, y de unos 25 kilómetros de Este a Oeste; una cadena montañosa que desciende desde Jerusalén hasta la depresión del Jordán y del Mar Muerto, donde se une con el desierto del Sinaí.

En ese desierto Jesús pasó cuarenta días y cuarenta noches a la intemperie, rezando sobre su misión.

El corazón joven de Jesús estaba colmado de gozo porque en su bautismo del Jordán, su Padre Dios lo había reconocido delante de Juan Bautista como su propio Hijo muy querido.

En la soledad del desierto -acechado por la intemperie, el hambre y la sed-, Jesús rechaza al espíritu del mal que le quiere robar su certeza más importante. La certeza de quién es él, y cuál es su misión. Jesús es el Hijo de Dios y su misión es hacernos a nosotros hijos de Dios.

Ud., ¿es capaz de internarse en el desierto cuarenta días enteros?

También hoy los cristianos tenemos nuestro desierto. El desierto de la cuaresma. La cuaresma es desierto porque nos privamos de elementos superfluos, para atender intensamente a la voz de Dios.

La cuaresma es un desierto de oración, camino de purificación hacia la Pascua en la que recibimos y gozamos el espíritu de los hijos de Dios.

Señor Jesús, que tu amor manso y fuerte nos purifique, para que vivamos como verdaderos hijos de Dios.