Los pobres, en nuestra puerta acomodada 

Autor: Javier Garralda Alonso

 

 

Destino universal de los bienes: 
lo que no nos es necesario 
pertenece a los hambrientos.

El nuevo Compendio de la Doctrina Social 
de la Iglesia se hace eco en su número 449 
de la lucha contra la pobreza 
de los países del Tercer Mundo,
y de cómo ésta interpela a todo corazón recto:

“Al comienzo del nuevo milenio, 
la pobreza de miles de millones de hombres y mujeres 
es “la cuestión que, más que cualquier otra, 
interpela nuestra conciencia humana y cristiana”.
La pobreza manifiesta un dramático problema de justicia: 
la pobreza, en sus diversas formas y consecuencias, 
se caracteriza por un crecimiento desigual 
y no reconoce a cada pueblo
el “igual derecho a “sentarse a la mesa del banquete común””.
Esta pobreza hace imposible la realización 
de aquel humanismo pleno que la Iglesia auspicia y propone, 
a fin de que las personas y los pueblos 
puedan “ser más” y vivir en “condiciones más humanas”.

La lucha contra la pobreza encuentra una fuerte motivación 
en la opción o amor preferencial de la Iglesia por los pobres. 
En toda su enseñanza social, la Iglesia no se cansa 
de confirmar también otros principios fundamentales: 
primero entre todos, el destino universal de los bienes. 
Con la constante reafirmación del principio de la solidaridad, 
la doctrina social insta a pasar a la acción para promover
“el bien de todos y cada uno, 
para que todos seamos 
verdaderamente responsables de todos”. 

El principio de solidaridad, 
también en la lucha contra la pobreza, 
debe ir siempre acompañado oportunamente 
por el de subsidiaridad, 
gracias al cual es posible estimular el espíritu de iniciativa,
base fundamental de todo desarrollo socieconómico, 
en los mismos países pobres: 
a los pobres se les debe mirar “no como un problema, 
sino como los que pueden llegar a ser sujetos y protagonistas
de un futuro nuevo y más humano para todo el mundo”.

Comentemos brevemente estos principios:
Como sabemos Jesús tenía amor de predilección 
para con los pobres, enfermos, niños y pecadores.
“No tienen necesidad de médico los sanos sino los enfermos”.
No tienen en el plano material 
necesidad de nuestra ayuda los ricos 
(aunque pueden padecer algún tipo de pobreza), 
sino los pobres.

El destino universal de los bienes, por otra parte, 
es prioritario sobre el derecho de propiedad. 
De manera que lo que no nos es necesario 
pertenece a los hambrientos de este mundo.

Tendríamos que estar dispuestos por justicia y caridad
a pagar un impuesto sustancial 
a favor del desarrollo del Tercer Mundo.

La solidaridad 
es fruto del amor y de la contemplación 
de tantos sufrimientos de tantos hermanos 
y debe traducirse en actos prácticos.

La subsidiaridad supone que no debe suplantarse
la libre iniciativa de las poblaciones 
de los países del Tercer Mundo,
ni las libres iniciativas privadas 
de ayuda de personas del Primer Mundo.

Aboga después el texto por la solución 
del problema de la deuda externa que grava 
a la población de los países pobres 
que no tienen ninguna culpa 
de las estructuras internacionales injustas 
ni de la eventual mala gestión de sus gobiernos. 
Saludemos con esperanza la reciente iniciativa 
de condonar la deuda a los 18 países más pobres del mundo. 

A través
de los diversos medios de comunicación 
se asoma a nuestra cómoda casa 
el hambriento que vive muy lejos, 
pero que debe estar 
muy cerca de nuestro corazón. 
Abrámosle la puerta, 
es Cristo que muere de hambre 
y de hambre y de sed de amor.